Ludovik Osterc Universidad Nacional Autónoma, Mexico CERVANTES Y FELIPE 11 Como es sabido, el 13 de septiembre de 1598, a las cinco de la mañana, falleció en el Escori- al el Rey Felipe 11. Sevilla que según sus historiadores siempre se distinguió entre todas las ciudades de España por el fausto y suntuosidad de los sucesos solemnes, ya sea cuando los monarcas se dignaban visi- tarla, ya sea cuando se trataba de honrar su memoria con ocasión de su muerte, se había excedi- do a sí misma en el reinado de Felipe 11. La pública y señorial entrada de su padre, el emperador Carlos V cuando en 1526 vino a esta ciudad para realizar sus bodas con la Infanta Isabel de Portugal, que por su magnificencia consignan sus anales, como superior a cuantas hubo antes en análogas circunstancias, no puede compararse con el recibimiento dispensado a Felipe 11, el año de 1570, que por encargo de su Cabildo describió la docta pluma de Mal Lara. La relación de las exequias que la capital andaluza hizo, en 1558, con motivo del deceso de aquel emperador, escrita por Laurencio de San Pedro, atestigua lo grandioso y elevado del monu- mento que se erigió en el Templo Patriarcal, ya por el trazado sujeto a las severas reglas de los órdenes arquitectónicos, ya por la belleza y propiedad de las figuras, ya por la acertada repre- sentación en grandes lienzos de los repetidos triunfos que durante aquel reinado habían obtenido las armas españolas en todas las partes del mundo, ya por los epitafios, jeroglíficos, oportunas ale- gorías, elegantes epigramas y otras inscripciones en idiomas latino y español, que evocaban los su- cesos más notables de uno de los períodos más brillantes de la historia de España. pero, todo esto era poco comparado con la grandiosidad del túmulo que se levantó para las honras de Felipe 11 según las noticias e historia de la época. Todas las empresas atribuidas al Rey Prudente se vieron representadas en el túmulo: obra gigan- tesca que mereció un libro entero, compuesto en 1611, por Francisco Jerónimo Collado. 1 En la descripción más pormenorizada del túmulo me basaré en su libro. Cuenta este autor que la muerte del monarca fue mandada publicar en el reino con trompetas y tambores, para que llegase a noticia de todos, y para que cada uno por sí la sintiese, ordenán- dose que hubiera luto general, y que las ciudades, villas y lugares dispusisen funerales del mejor modo posible. A continuación, Collado refiere con pacienzuda prolijidad la forma, tamaño, colo- res, figuras, jeroglíficos, altares, obeliscos, historias, epitafios, letras, versos y sentencias que ador- nan al mausoleo, además de su costo, número de cirios y tiempo que duró su construcción. La erección y adorno del túmulo encargáronse a los mejores escultores, pintores y arquitectos de aquel tiempo. Los pintores dividieron entre sí toda la pintura de santos, victorias, reinos y figuras de los nichos y recuadros. Entre las figuras destacan, por su innegable contraste con la realidad, las siguientes: La LIBERALIDAD, MODERACIÓN, PAZ, VERDAD, CARIDAD, CLEMEN- CIA, JUSTICIA, MAGNANIMIDAD y HUMANIDAD. Las gradas del túmulo y todo el primer cuerpo imitaban con su pintura la pedra berroqueña de color entre blanco y pardo, como las del templo de El Escorial. El segundo cuerpo era un tem- plete formado por 32 columnas jónicas, de mármol pardo. En el centro de él se alzaba un altar de 61 mármol blanco, y encima una urna del mismo color del altar, tirando a alabastro, con molduras y adornos de carteles. Sobre la urna se veía un remate, a modo de tumba, cubierto de brocado y, sobre ellas, el cetro y la corona reales. Todo este cuerpo era vistoso y transparente, por la sutileza de sus columnas, y a una vista se gozaba de todo lo que en él había, sin que lo estorbasen los cua- tro obeliscos, también de mármol blanco, que había en los ángulos, y representaban las cuatro esposas que había tenido el Rey. El tercer cuerpo tenía forma de capilla ochavada. En el centro de ella, levantado sobre cinco gradas por los cuatro lados, se colocó la estatua de San Lorenzo, de 15 pies de alto, con ornamentos de diácono, ofreciendo con la mano derecha una corona de laurel. Adosadas a las paredes de esta capilla iban ocho columnas corintias maravillosamente labradas, con las bases y capiteles de bronce. Encima de este cuerpo, para su remate y cubierta de la capi- lla, se puso una cúpula de tres pies de alto en forma ochavada como la capilla. Remataba esta cúpu- la una a manera de linterna de cinco pies de alto, de la cual salía un obelisco de 16 pies, ochavado y estriado, que se remataba en una bola de tres pies de diámetro, sobre la cual había un niño ardien- do, y en él, el ave Fénix con las alas abiertas, como avivando el fuego en que se consumía. En el cuerpo tercero se levantaron ocho banderas de guerra muy hermosas y en el suelo mismo, cayendo sobre el segundo cuerpo, otras cuatro banderas con los bastones de Borgoña. Sobre el bloque de mármol blanquísimo sobre la cual iba la urna, se leía por un lado: QUAM BREVIS URNA CAPIT? CUI BREVIS ORBIS ERAT (¡Cuán pequeña urna cabe, para quien el orbe todo era pequeño!), y por otro: NON EST HIC, NAM REGNAT INTER SUPEROS (No está aquí, pero reina entre los santos). En los dos lados mayores, en uno iba el epigrama en seis dísti- cos, y en otro, la dedicatoria al Rey difunto, en forma lapidaria. Cada figura llevaba sus cuatro o más dísticos y lo mismo las historias. Las figuras de los reinos llevaban sólo un dístico, los altares dos, y los obeliscos de las reinas una sola frase. Nada menos de 50 días duró la construcción del túmulo y, una vez concluido, se procedió a inaugurarlo. Pues bien, con motivo de la erección de este mausoleo de tan colosales dimensiones, Cervan- tes compuso el famoso soneto Al túmulo del rey Felipe JI, que originó una enconada polémica que se prolongó hasta nuestros días. El soneto reza como sigue: 62 ¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza, Y que diera un doblón por describirla! ¿Porque a quíen no suspende y maravilla esta máquina insigne, esta riqueza? Por Jesucristo vivo, cada pieza vale más de un millón, y que es mancilla que esto no dure un siglo ¡oh gran Sevilla, Roma triunfante en ánimo y nobleza! ¡Apostaré que el ánima del muerto, por gozar de este sitio, hoy ha dejado la gloria, donde habita eternamente: Esto oyó un valentón, y dijo: Es cierto, lo que dice voacé, seor soldao, y quien dijera lo contrario ¡miente! Y luego incontinente caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada. Del texto se infiere, que trata de la figura histórica de tan discutido monarca absolutista. Y, precisamente en torno a ella versa dicha polémica. Mientras los críticos tradicionales, especial- mente Jos conservadores, sostienen que Jos versos cervantinos glorifican el perfil histórico de Felipe 11, los investigadores liberales y progesistas afirman lo contrario. Así, además del citado Collado, el conservador español, padre Féliy Olmedo, sostiene que "el túmulo de Sevilla no fue sólo un monumento funerario del gran Rey, sino el hito más alto de la historia de nuestra cultura y un símbolo de la mayor grandeza que alcanzó en todos los órdenes el pueblo español".2 Son más o menos de la misma opinión los renombrados cervantistas tradicionales Rodríquez Marín, Astrana Marín y, sobre todo, Amezúa y Mayo. Este último considera a Cervantes un verda- dero panegirista de Felipe Segundo y su reinado. He aquí algunas de sus frases más significativas al respecto: "Para Cervantes, las dos grandes verdades del mundo son la Religión y la Monarquía", y esta otra: "Pero su adhesión al monarca es viva y sincera.".3 Sin embargo, los juicios opuestos no tardaron en aparecer. León Máinez apunta que "Cervan- tes escribió un soneto chistoso, en que entregó a la risa de las gentes las desvariadas pretensiones de los que intervinieron en tales exequias, y prepararon aquella soberbia máquina de la mundanal vanagloria.".4 Segúndalo el conocido polígrafo español Pardo de Figueroa que escribía bajo el seudónimo de Doctor Thebussem, cuando señala que nuestro novelista que había admirado las maravillas arquitectónicas de Roma, no pudo elogiar "de buena fe la máquina insigne y la belleza de aquel monumento de lienzo, pasta, papelón y madera, con dorados, colorines, luces y garam- binas" y se pregunta: "¿Podía haber espanto para Cervantes en la grandeza y relumbrón teatral del túmulo de Felipe II?".s Mas, el erudito que más profundizó en el sentido y propósito de este soneto, fue el eminente crítico español de tendencias republicanas, Américo Castro. Este ha escrito sobre las ironías cer- vantinas atañentes a Felipe 11 y su antifilipismo en varias de sus obras.6 Mediante un penetrante análisis de algunos textos de Cervantes relativos a la política filipina, tanto interior como exterior, revela su desacuerdo con ella, así como su animosidad y hasta el odio hacia el Rey llamado Pru- dente. Conforme a tal postura antifilipina de Cervantes, Castro enjuicia el soneto diputándolo por irónico comentario al monumental mausoleo. Así las cosas, ¿cuál de los grupos tiene razón, el tradicional y conservador, o el liberal y pro- gresista? Para formarnos un juicio objetivo sobre el particular, hemos de tomar en consideración, tanto la política de Felipe 11 como la de su padre, Carlos V, y ver cómo se reflejan en la obra cer- vantina y cuál es la posición de Cervantes ante la una y la otra. Carlos V y su hijo Felipe 11 fueron dos monarcas con características antípodas. En política internacional, el primero procedía con serenidad y altura, el segundo, en cambio, al ataque de frente prefería la acción oblicua, sinuosa, la corrupción subterránea y la intriga. Esta diferencia se manifestaba sobre todo en el terreno bélico. Mientras el emperador no rehuía las guerras cuando las consideraba necesarias para alcanzar sus metas, tomaba parte activa en ellas dirigiendo perso- nalmente varias de ellas, y con su valentía daba ejemplo a sus soldados, como en la campaña de Túnez, verbigracia, el rey no tenía vocación guerrera y, por ello, nunca estuvo en el fragor de la batalla. Sus armas consistían mayormente en la simulación, maquinación y asesinatos políticos. Igual o mayor diferencia hubo en las respectivas políticas por lo que a España se refiere. Carlos V, recorriendo siempre sus dominios de Europa y Africa, combatiendo a veces, gobernando otras, asoció España al Imperio ligándola a sus otros reinos con vínculos de comercio y de ayuda mutua 63 en las horas dificiles. El emperador dejó habitualmente la personalidad y las libertades tradicio- nales a cada entidad étnica. Durante sus largas ausencias de Alemania, España o Flandes, delegó las funciones de gobierno en familiares suyos dejándoles libertad de acción. Felipe 11, al contrario, centralizó totalmente el poder y la administración en sus manos, y en España, en donde, luego del fugaz reinado inglés y de una breve residencia en Flandes, se encerró para no abandonarla más, moviéndose a veces en un triángulo de Castilla, lo que su primogénito, don Carlos, ridiculizó po- niendo a un libro en blanco el título de Grandes viajes del Rey Felipe JI. De carácter pusilánime, desconfiaba de todos y tardaba mucho en tomar decisiones. Esto paralizaba su gobierno que care- ció de eficiencia. Es por ello que obtuvo el apodo de Rey Prudente o Rey Burócrata. En tanto que Carlos V con su amplio criterio y temple heroico, en aras de la unidad del mundo cristiano llevaba a cabo una política conciliadora y tolerante -a veces hasta generosa- para con sus rivales y adversarios como Francisco 1, llamado "cristianísimo" Rey de Francia, y los príncipes luteranos de Alemania, por ejemplo, con el fin de poder mejor resistir los embates de los musul- manes turcos y árabes :....enemigo común-, su hijo cobarde e hipócrita que en su fanatismo reli- gioso se servía de la Inquisición como instrumento de intolerancia y feroz represión en su lucha contra los protestantes, no sabía perdonar prefiriendo la desunión del mundo cristiano al frente común contra el Islam. En suma, Carlos V -según escribe Ramón Menéndez Pida!- recibió una sombra de imperio y lo convirtió en realidad. Su hijo, Felipe 11, en cambio, trató de conservarlo sin reparar en medios. A la luz de lo anterior no es de extrañar el que Carlos V haya entrado en la historia con el sobrenombre de Máximo y Fortísimo. El testimonio de la tradición es unánime. Así, fray Pruden- cio de Sandoval lo conserva en el título mismo de su famosa Historia de Carlos V. 7 El padre Riva- daneyra en su Príncipe cristiano de fines del siglo XVI, a su vez lo califica de Fortísimo y Máximo (libro 11). Cervantes se une sin reserva a este coro de alabanzas. Carlos V no aparece, en efecto, menos de 10 veces en sus obras. El héroe de Lepanto no pudo menos de admirar las fulminantes victorias del emperador, los medios de que se servía para alcanzarlas, y su gran valentía. Para el gran novelista, Carlos V es por antonomasia el rayo de la guerra, título que sólo ha conferido en su Quijote a Álvaro de Bazán, uno de los más famosos capitanes del emperador (1, 39). En el prólogo a las Novelas ejem- plares, da por bien recibido el arcabuzazo que le inutilizó la mano izquierda, en virtud de la víctoria alcanzada sobre los infieles y porque milita bajo las órdenes del hijo "del rayo de la guerra", Carlos V, de feliz memoria. En otro lugar del Quijote lo llama "invictísimo Carlos Quinto" (1, 39). Pero la veneración que Cervantes siente por el emperador no se debe sólo a sus armas víctoriosas y arrojo personal, sino también a su política de unidad del campo cristiano en su lucha contra el Islam. Efec- tivamente, cuando Arnaldo de Persiles refiere, en estilo de epitafio, la muerte de Carlos V, nos dice que fue "terror de los enemigos de la Iglesia y asombro de los secuaces de Mahoma" (11, 22). Ahora bien, así como ensalzaba la política del emperador y su bravura en los campos de guerra, reprobaba la ultrarreaccionaria política de Felipe 11 y se mofaba de su falta de ánimo y valor. En su primera composición poética, escrita con motivo del parto feliz de la tercera esposa del Rey Católico, Isabel de Valois, de grato recuerdo, en 1567, lanza un dardo irónico contra la vida retraí- da y sin riesgos del monarca absolutista que la prefería al estruendo de la artillería. He aquí los ver- sos correspondientes: 64 Arma feliz, de cuya fina malla se viste el gran Felipe soberano, ínclito rey del ancho suelo hispano, a quien fortuna y mundo se avasalla. Efectivamente, fue en el campo de San Quintín ( 1557), cuando se presentó por primera y últi- ma vez vestido de arnés, pero no se acercó a la línea de fuego. Tal comportamiento le valió el dis- gusto del emperador quien, ya retirado en Yuste, esperaba que su hijo no sólo tomara parte activa en la batalla, sino que lo imitara poniéndose a la cabeza de su ejercito. 8 Los referidos versos fueron el primer ataque satírico contra el Rey Prudente y su incapacidad, objeto de la animadversión de Cervantes a lo largo de más de 30 años. La segunda arremetida aparece en La Galatea (1585), y va dirigida contra los aspectos reli- gioso y burocrático de su política. Esta se manifestaba en la excesiva ocupación de los asuntos ecle- siásticos y rituales, asi como en los de la administración cancilleresca, en vez de atender a los grandes asuntos de su enorme imperio. En su falso ardor religioso poblaba el país con nuevas igle- sias y basílicas y regalaba grandes riquezas a la Iglesia Católica; ordenaba pomposos y costosísi- mos traslados de los cadáveres reales de una iglesia a otra, mandaba a los monjes recorrer a Ale- mania, Flandes, Polonia y otros países, para que comprasen cuantas reliquias hallasen y no repara- sen en precio, de suerte que ""ningún príncipe de los pasados, ni todos juntos, allegaron tantas reliquias como vemos tiene nuestro Rey Católico"; y después se dedicaba a disponerlas personal- mente en los relicarios de la iglesia de San Lorenzo del Escorial, intervenía inclusive en las minu- cias de las reglas del misal y de la liturgía, en general.9 Lo mismo ocurría en las oficinas imperia- les. Todos los negocios y asuntos, grandes y pequeños, pasaban por sus manos al grado que corre- gía las faltas ortográficas de sus secretarios, pero pecaba de lento e irresoluto. 10 En su preocupación por las almas y los muertos, postergaba a los cuerpos y los vivos, como sucedía a los miles y miles cautivos cristianos que gemían en los calabozos turcos y árabes de Argel -entre ellos el propio Cervantes- esperando en vano su liberación por parte del más grande ejérci- to de aquel tiempo, el del Rey absolutista. Escuchemos los versos aludidos de la mencionada obra cervantina: De príncipe que en el suelo va por tan justo nivel ¿qué se puede esperar de él que no sean obras del Cielo? No se ve en la edad presente, ni se vio en la edad pasada, república gobernada de príncipe tan prudente. Y del que mide su celo por tan cristiano nivel ¿qué se puede esperar de él que no sean obras del Cielo? (Libro 11, el subrayado es mío.) La alusión a la política filipina es clarísima, pues el estribillo subrayado con que termina cada una de las estrofas y que se refiere a las obras celestiales del Rey, es inequívoco, máxime que se repite nada menos que cinco veces. Cabe mencionar, asimismo, que a dicha poesía precede la des- cripción de una algara, es decir, de una incursión armada de los piratas turcos en Barcelona y su saqueo, como parte del mismo cuento intercalado en La Galatea. Con ello, Cervantes censura 65 acremente Ja actitud del Rey Prudente, cuyos ejércitos acababan de invadir a Portugal, fiel aliado de España y no menos católico que esta última, mientras que los piratas argelinos asolaban impu- nemente las costas del suelo patrio. Y es que Cervantes, como se desprende de varios pasajes de sus obras, clamaba por una política mediterránea y pensaba que Felipe 11 no la realizaba por divi- dir las fuerzas cristianas en las guerras continentales contra los heterodoxos, en vez de dirigir sus armas contra el poderío turco. La desesperante lentitud, consecuencia de la ineptitud e ineficacia, de los movimientos bélicos del Rey Burócrata fue blanco de otra flecha cervantina disparada contra su conducta. El rey moro Hassán dice de los españoles en la comedia El Gaffardo Español: Dirán que mi intento yerra en emprender tal hazaña; el socorro aprestarán, el mundo amenazarán Y. estándole amenazando llegarán a tiempo cuando yo esté en sosiego en Orán. (Jornada III) La inaudita cobardía del Rey era conocida de todos. Bernardino de Mendoza, embajador en París, escribía a Juan de ldiáquez, secretario del Rey, el 16 de julio de 1587, que Banini, banquero de Roma, que se carteaba con el monarca, decía que Felipe 11 era hombre de poco ánimo, incapaz de tomar una decisión y que siempre llegaba demasiado tarde; no sólo se había alabado el dicho, sino que lo habían publicado, añadiendo que la rueca de la Reina de Inglaterra valía más que la espada del Rey de España. ll El sarcasmo del Manco de Lepanto se agudizó, sobre todo, después de haberle sido denegada su solicitud de un puesto en las Américas ( 1582), y alcanzó su punto culminante con el segundo y áspero rechazo, en 1590: "Busqué por acá en que se le haga merced.". La punzante mordacidad cervantina era la descarga de su desilusión, de su malogro de su impulso alto y heroico, hecho imposible por la torpe mezquindad de Felipe 11. Por ello, su sátira se vuelve cáustica más tarde ( 1598) en la solemne ocasión del deceso del sobe- rano, a pesar de que el momento no se prestaba a tales ataques, según la conocida sentencia latina De mortuis nihil nisi bene (De los muertos sólo se debe hablar bien), máxime que se trataba de Su Majestad: 66 ¿Por dónde comenzaré a exagerar tus blasones, después que te llamaré padre de las religiones y defensor de Ja Fe? Sin duda habré de llamarte nuevo y pacífico Marte, pues en sosiego venciste lo más de cuanto quisiste y es mucha la menor parte Ouedar las arcas vacías, donde se encerraba el oro que dicen que recogías, nos muestra que tu tesoro en el cielo lo escondías. Al doble ataque a su proverbial cobardía se une en estas coplas reales el flagelo de su política despilfarradora que consistía en fabulosas sumas de ducados gastados en las desastrosas guerras llevadas a cabo en varios teatros de guerra a la vez, así como en el exorbitante número de templos, oratorios y monasterios suntuosamente adornados. Sólo la construcción de El Escorial, convento, palacio y panteón real al mismo tiempo, supervisada personalmente por el monarca, duró 21 años y devoró enormes cantidades de dinero, oro y plata, al tiempo que el pueblo vivía en la más pavo- rosa miseria. Por ello, el odio a Felipe 11, originado por su política contraria a los intereses nacionales, era cosa general y archisabida, y Cervantes no titubeó en recogerlo y expresarlo. Ya antes, en la Can- ción segunda sobre la Armada Invencible, encontramos estos conceptos claros y concluyentes: Ea, (¡oh Felipe!), señor nuestro segundo en nombre y hombre sin segundo, vuelve a suceso más feliz y diestro este designio que fabrica el mundo que piensa manso y sin coraje verte como si no bastasen a moverte tus puertos salteados en las remotas Indias apartadas y en tus casas tus naves abrasadas y en la ajena los templos profanados tus mares llenos de piratas fieros ... Si, por otro lado, la crítica cervantina antifilipina se alterna con elogios al Rey, éstos le sirven de pantalla en que se ampara contra la Inquisición, ya que el régimen impuesto por esta última no permitía la más leve expresión de libre pensamiento, ni siquiera la de conciencia. Veamos, a continuación, algunas de las figuras más importantes que simbolizan las supuestas virtudes del Rey Católico. Y, para no cansar al lector curioso, me limitaré a las que de la manera más palmaria contrastan con el verdadero carácter y personalidad de Felipe 11. Una de las más pa- radójicas virtudes que los autores del monumento atribuyen al monarca, es, sin duda, LA MODE- RACIÓN. En efecto, ¿puede calificarse de moderado al Rey que instauró durante el siglo XVI -el de Cervantes-, el imperio del fanatismo e intolerancia religiosos en su Estado, exterminando a sangre y fuego a los heterodoxos? El mismo Felipe 11 inauguró su reinado con dos autos de fe en Valladolid (1559). Y, para mayor solemnidad creyó oportuno asistir a la ejecución de estos horro- res con toda su corte. De esta manera, el muy piadoso Rey, la clerecía y la nobleza, acudían a sola- zarse en una diversión más propia de salvajes que de un rey cristiano. 12 ¿Pudo Cervantes, adver- sario de cualquier intolerancia, estar de acuerdo con tal política? ¡Ni pensarlo! Otra supuesta virtud de este Rey-déspota sería, según una de las figuras, LA JUSTICIA, cosa tan lejos de la verdad como el cielo de la tierra. En realidad, ¿fue justo hacer estrangular, sin forma- ción de causa, hollando los más elementales principios de humanidad y en el mayor sigilo, al barón de Montigny, uno de los más fieles miembros de la nobleza flamenca, caballero del Toison de Oro, quien ocupaba el puesto de gobernador de Tournai, sólo por haber sido portador de un mensaje de tolerancia al propio Rey? ¿Fue justo poner a precio la cabeza del Príncipe de Orange, paladín 67 de la lucha por la liberación de su país natal -Flandes-, como si se tratara de un bandido? ¿Pudo Cervantes -don Quijote por excelencia- estar conforme con tal proceder? ¡De ninguna manera! Entre las presuntes virtudes que caracterizarían a Felipe 11, figuraban también LA CLEMEN- CIA y LA MAGNANIMIDAD. Y me pregunto, ¿puede llamarse clemente y magnánimo a un monarca que ordenó encarcelar y provocar la muerte de su propio hijo, el desdichado don Carlos, sólo porque simpatizaba con los flamencos? ¡Ni en sueños! ¿Pudo Cervantes, alma noble y gene- rosa, aprobar una actitud tan inhumana y cruel por parte de un padre real que se autonombraba campeón del catolicismo? ¡Ni remotamente! Ahora bien, en vista de lo anterior, es un craso error considerar que el héroe de Lepanto con su soneto dedicado al túmulo de Felipe 11 haya querido ensalzar la gloria de este monarca tirano. El análisis respectivo lo monstrará a las claras. Realmente, en el primero y tercero versos de la primera estrofa, nuestro autor emplea dos ver- bos que significan, tanto causar espanto u horror (espantar) como suspenso o asombro (suspen- der). Helos aquí: Voto a Dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describirla, porque ¿a quién no suspende y maravilla esta máquina insigne, esta riqueza? con lo cual puso los versos por razones de cautela, en plano doble. Aquí surge la pregunta: ¿Una obra de arte que causa un gran asombro, puede provocar el horror, al mismo tiempo? Claro que sí, pues en este caso no se trata sólo del asombro producido por la grandeza del túmulo, sino tam- bién del horror causado por el grotesco contraste entre el ciclópeo tamaño del túmulo y la extra- ordinaria pequeñez de un rey cobarde, despilfarrador y tirano, por una parte, y el enorme dis- pendio de recursos materiales y la miseria del pueblo debida a la política del Rey, por la otra. Demuéstralo la segunda estrofa en que el autor en forma de exclamación valora las pezas del monumento: ¿Por Jesucristo vivo, cada pieza vale más de un millón, y que es mancilla de lo cual se ve a la legua la idea que Cervantes se había formado del pomposo monarca: pobre en medio de su riqueza y frío en medio de su religioso fervor. Además, unas líneas más adelante, el novelista introduce a un valentón andaluz quien, oyendo los conceptos cervantinos los aprueba de viva voz y, al hacerlo dice Cervantes: Caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada. Y cabe preguntarse, ¿por qué debería requerir la espada, mirar de soslayo, o sea de lado, y ver si hubo algo? Pues, porque quiso cerciorarse de si alguien lo oyera, ya que era peligroso expresar en voz alta ideas censuradoras sobre el monarca y su política. De haber sido elogiosas dichas ideas, como lo sostienen los críticos conservadores, el andaluz no tendría porqué preocuparse por las pa- labras cervantinas aprobadas por él y las eventuales consecuencias. En conclusión, el humor festivo y satírico del soneto salta a la vista. El propio Cervantes lo llama "honra principal de sus escritos". 13 En efecto, no cabe mayor gracia, donosura y burla, mayor ironía, más fina sátira y más fiel pintura de la grandeza del túmulo, de la vanidad de los sevillanos, de lo ceremonioso del soberano y del carácter andaluz. El tono y el meollo del poema 68 bastan para conocer lo que sentía del prudente monarca nuestro novelista y poeta. El carácter satírico del soneto lo corrobora también el hecho de no haber sido publicado sino a fines del siglo pasado, mientras que en el tiempo de Cervantes sólo circulaba en copisa manuscritas. Notas 1 Descripción del Túmulo y relación de las Exequias que hizo la ciudad de Sevilla en La muerte del Rey D. Felipe Segundo. por Francisco Collado, Sevilla, 1869. 3 4 5 Soneto famoso de Cervantes al Túmulo de Felipe II; en: El Amadís y el Quijote, Madrid, 1947, p. 168. Cervantes, creador de la novela corta española. Madrid, 1956, !, pp. 58-59 y 60. Cervantes y su época, Jerez de la Frontera, 1901, !, p. 308. Túmulo de Felipe II; en: Segunda Relación de Artículos, Madrid, 1894, p. 249. 6 El pensamiento de Cervantes. Madrid-Barcelona, 2a. ed., 1972; Hacia Cervantes. Madrid, 1975; y Cervantes y los casticismos españoles. Madrid-Barcelona, 1966. Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V, Máximo.fortísimo. Madrid, 1956. 8 Diccionario de Historia de España, 2a. ed., Madrid, 1968-69, t. 2, pp. 17 y 565. 9 Fray Jerónimo de Sepúlveda: Documentos del Monasterio de San Lorenzo ... Madrid, 1924, pp. 8, 44 y 188. 10 Diccionario de Historia de España, obr. cit., t. 2, p. 18. 11 Morel-Fatio, Études sur l'Espagne, IV, 1925, p. 398. 12 Obr. cit., p. 50. 13 Viaje al Parnaso, cap. IV, verso 39. CERVANTES IN FILIP 11 Ob smrti Filipa 11 ( 1598) so bile v Sevilji spominske svecanosti in mesto, ki je zmeraj pretirano skrbelo za sijaj, je dalo postaviti pokojnemu kralju velicasten mavzolej. Temu mavzoleju je posvetil Cervantes sonet z naslovom Nagrobniku kralja Filipa 11 in ta slavilna poezija se danes povzroca spore med razlagalci: ali gre res za slavilno poezijo, ali pa se Cervantes norcuje. Cervan- tisti, ki so preprieani o prvi razlagi, trdijo, da je Cervantesovo pisanje vendarle preieto z dvema osnovnima razsefoostima, religioznostjo in zaverovanostjo v monarhijo. Drugi, med njimi znameniti cervantist Américo Castro, mislijo, da gre za ironicen komentar. Avtor prispevka dokazuje, da je razlaga z ironijo docela utemeljena: Filip 11 je bil za razliko od oceta, cesarja Karla V, bojazljiv clovek, nezaup[jiv do vsega in do vsakogar, cisto nic vojaski (v spanski zgodovini si je pridobil ime el rey burócrata), predvsem pa nasprotnik vsakr5ne tolerance v zivljenju, tako verske kot tudi politicne. Toleranten paje Cervantes vsekakor bil. Da so kulturni krogi v Spaniji v tem sonetu videli ironijo, dokazuje tudi dejstvo, da je bil sonet objavljen sele ob koncu 19. stoletja: v Cervantesovem easuje krozil samo v prepisih. 69