UDK 860 Cervantes Saavedra M. d. 7 Rinconete y Cortadillo .06 Dragim prijateljem iz študentskih let: Jože (Jamšek), Cvetka (Kofol), Živko (Marc), Atilij (Rakar), Cvetko (Veli-konja). RINCONETE Y CORTADILLO EN BUSCA DE LA PICARESCA Stanislav Zimic »Con el mismo juicio que juzgaréis habéis de ser juzgados ...« (Evangelio según San Mateo, VII, 1,2). La relación de Cervantes con la literatura picaresca ha sido siempre objeto de animadas polémicas. Con referencia específica a Rinconete y Cortadillo se afirma que es novela picaresca; que no lo es en absoluto; que sólo lo es en parte; que sólo »roza motivos picarescos«; que es »una novela de picaros, que se encuentra a enorme lejanía de la novela picaresca«; que representa »una picaresca diversa ..., en que los elementos picarescos adquieren una forma personalísima ... que supera una visión unilateral..., cuadro de género picaresco«, etc.1 En un estudio reciente se nos advierte cuán aventurada es toda opinión sobre lo »picaresco« en Cervantes, cuando ni hay un monolítico género picaresco que pueda abarcarse con una definición satisfactoria. Más lógica y prounetedora sería así la consideración de Rinconete y Cortadillo en sus relaciones específicas con obras consideradas tradicional-mente como »picarescas«, para destacar, en en cada caso, semejanzas, diferencias, nuevas funciones del préstamo, etc.2 Y, en efecto, con tal enfoque se vienen señalando en algunos estudios, personajes, episodios, detalles técnicos, literarios ... que supuestamente proceden de Guzmán de Alfarache, la más famosa novela picaresca.3 Sin embargo, todos estos estudios comparativos, en que a menudo se hacen valiosas suge- 1 I. Apraiz, Las novelas ejemplares, 1901, 45; A. Castro, El pensamiento de Cervantes, Madrid, 1925, 230—9; J. Casalduero, Estudios de literatura española, Madrid, 1967, 97—8; A. Zamora Vicente, ¿Qué es la novela picaresca?, Buenos Aires, 1962, 18; A. Valbuena Prat, La novela picaresca española, Madrid, Aguilar, 1946, »Estudio preliminar«, 41, 31; entre muchos otros. 2 P. Dunn, »Cervantes De/Reconstructs the Picaresque«, Cervantes, Fall 1982, 109—131. 3 Notas de F. Rodríguez Marín en su edición de Rinconete y Cortadillo, Madrid, 1920; G. Hainsworth, Les novelas ejemplares en France au XVIIe siècle, París, 1933, 8; J. Casalduero, Sentido y forma de las novelas ejemplares, Buenos Aires, 1943, 43—47; A. G. de Amezúa y Mayo, Cervantes creador de la novela corta española, C. S. I. C., 1958, vol. II, 88 y sigs; C. Blanco Aguinaga, »Cervantes y la picaresca: Notas sobre dos tipos de realismo«, N.R.F.H., 1957, 314—342; D. Pérez Miník, Novelistas españoles de los siglos XIX y XX, Madrid, 1957, 43—46; J. L. Varela, »Sobre el realismo cervantino en Rinconete«, Atlántida, 1968, 436—441; R. El Saffar, Novel to Romance, A study of Cervantes' Novelas Ejemplares, Baltimore, 1947, 30—40; entre otros. 31 rencias, ignoran un hecho crucial que obliga a enfocar el problema de un modo radicalmente diferente: Rinconete y Cortadillo nace, de hecho, por el estímulo inmediato, poderoso de Guzmán de Alfarache, pero no por un propósito de imitación o parodia literaria, sino de advertencia crítica moral sobre los potenciales efectos negativo« de su lectura, de su representación de la experiencia picaresca, en lectores desprevenidos. Rinconete y Cortadillo salen de casa por un juvenil deseo emulativo de las andanzas y aventuras de los notorios picaros de Alemán, de un modo muy semejante a lo que ocurre con D. Quijote respecto a los libros de caballerías.4 De acuerdo con esta concepción inicial se estructura todo el texto de Rinconete y Cortadillo, lo que explica sus aspectos más esenciales y complejos y, en definitiva, su genial formulación artística, a que también contribuyó la poderosa inspiración que Cervantes encontró en la literatura satírica erasmiana. En cuanto se identifique la »picaresca« con la delincuencia, Rinconete y Cortadillo »representa, en su rápida narración«, sin duda alguna, »la construcción más completa de la picaresca humana en una sola novela«.5 En Guzmán de Alfarache se hace referencia al fenómeno, aparentemente común en la España de aquella época, de »mozuelos caminantes« (299), quienes, como el mismo Guzmán. huían de casa por varias razones — padres o amos crueles, indiferentes, ineptos (»va huyendo de su amo de casa de su padre«, 298)6; inquietudes íntimas y, en parte, estrecheces económicas —, pero, a menudo, sobre todo, por »alentarlos« a ello »el deseo de ver mundo..., despeñádose tras el gusto presente, sin respetar ni mirar el daño venidero« (254, 258), el deseo de »la gloriosa libertad« que parecía brindarles »la florida picardía« (301).7 Entre los personajes cervantinos, Carriazo y Avendaño de La ilustre fregona representan bien a tales mozuelos fugitivos.8 Por sus muchas experiencias picarescas, Avendaño hasta »pudiera leer cátedra en la Facultad al famoso de Alfarache« (922),9 nos dice Cervantes, aunque en la novela 4 R. El Saffar intuye bien esta motivación de los dos mozos, con algunas observaciones penetradoras, pero sin desarrollarlas (Novel to Romance, 32—36). 5 A. Valbuena Prat, La novela picaresca española, »Estudio preliminar«, 42. 6 Para todas las citas de Guzmán de Alfarache nos servimos de la edición de A. Valbuena Prat, La novela picaresca española (Nota 1), indicando la página, en paréntesis, tras la cita. A Guzmán de Alfarache corresponden las páginas 233—577. La Primera Parte de esta novela se publicó en 1599, con varias ediciones en los siguientes años, lo que prueba su inmediata gran popularidad. La Segunda Parte se publicó en 1604. 7 Sobre este vagabundaje juvenil de esa época como también de la nuestra, ver: A. A. Parker, Los picaros en la literatura, Madrid, 1971, 9 y sigs. 8 Ver nuestro estudio sobre La Ilustre Fregona (de próxima aparición en Anales Cervantinos). 9 Para todas las obras de Cervantes nos servimos de la edición de A. Valbuena Prat, Cervantes: Obras completas, Madrid, Aguilar, 1965, indicando la página y, cuando es oportuno, también el título, en paréntesis, tras la cita. A Rinconete y Cortadillo corresponden las páginas 833—852. La primera mención cervantina de Rinconete y Cortadillo se encuentra en la Primera Parte del Quijote, 1605, (cap. XLVIII, 477), aunque pudo escribirse ya en 1599, año de la publicación de Guzmán de Alfarache, o pronto después. En el manuscrito Porras, el encuentro de Rinconete y Cortadillo ocurre en »1569«. ¿Con qué objeto? La fecha desaparece en la edición de 1613; la »presencia« de Guzmán de Alfarache en el texto la hace ilógica. Quizás resulte demasiado fantasiosa la sugerencia de que para indicar el »pecado« sin querer mencionar explícitamente al »pecador«, la fecha 1569 sería ideal, pues volcando el 6, resultaría una fecha de veras significativa, lógica, por lo menos desde nuestra perspectiva crítica. Téngase en cuenta que esa clase de »juegos« con palabras y números era característica de la época. 32 no se sugiere que aquél se proponga emular jamás, específicamente, a este modelo literario. Rinconete y Cortadillo comparten la misma apetencia por la vida picaresca, pero, a diferencia de Avendaño, Carriazo y todos esos otros »mozuelos caminantes«, a ellos los inspira para huir de casa también o quizás principalmente la lectura de Guzmán de Alfarache, según ya se ha sugerido, cayendo así en la tentación prevista por Alemán mismo: »Digo, si quieres oírlo, que aquesta confesión general que hago, este alarde público que de mis cosas te represento, no es, para que me imites a mí: antes para que, sabidas, corrijas las tuyas en tí« (391). Es que Rinconete y Cortadillo no buscarían »predicables ni doctrina« (446) en las extensas moralizaciones de Guzmán de Alfarache y ni tampoco prestarían mucha atención a los esporádicos arrepentimientos del protagonista respecto a su huida de casa: »Hice como muchacho simple, sin entendimiento ni gobierno« (271), a menudo contradichos tajantemente por él mismo: »no trocara esta vida de picaros por la mejor que tuvieron mis pasados«, esta »buena vida picaresca«, en que »todo se me figuraba de contento« que »en casa no... hallé« (271, 301). Rinconete y Cortadillo buscarían más bien el »entretenimiento de gusto« (446), que en el libro se exalta tántas veces en las descripciones de las continuas »romerías« (300) de los picaros por pueblos, ciudades, países extranjeros y caminos siempre diferentes, llenos, a cada paso, de encuentros sorprendentes, aventuras excitantes, sucesos inusuales; ocasiones para competir con otros picaros en el ingenio y en la astucia; »romerías«, a veces forzadas, peligrosas, y, otras, casi siempre, al azar, imprevistas, según el mero deseo de aventura o cualquier capricho momentáneo del »romero«. »Qué linda cosa era y que regalada« esta vida, sin las molestas preocupaciones, sin las banales obligaciones y responsabilidades diarias, este ¡»almíbar picaresco«! (301). Así, pues, como D. Quijote, quien se va de casa en busca de aventuras caballerescas, para emular las de los libros de caballerías, que considera verdaderas, Rinconete y Cortadillo, enamorados de las novelescas aventuras picarescas, huyen de sus hogares, deseosos de emularlas fielmente con sus andanzas, de moldear su vida, al menos por un rato, de acuerdo con las literarias del admirado Guzmán y sus congéneres, que de seguro considerarían como auténticas autobiografías, para confirmarse íntimamente la plausibilidad de su proyectado vagabundaje por el mundo. A diferencia de D. Quijote, quien puede tan sólo ilusionarse con toparse con verdaderas aventuras caballerescas, Rinconete y Cortadillo se encuentran de inmediato en un auténtico mundo picaresco, que es todo el que los rodea. Sin embargo, las semejanzas entre el mundo picaresco literario y el real que al principio constatan son sólo las más superficiales, y sin comprender sus causas verdaderas ni sus graves consecuencias morales. »En la venta del Molinillo ..., como vamos de Castilla a la Andalucía ..., se hallaron... acaso dos muchachos de hasta edad de catorce a quince años; el uno ni el otro no pasaban de diecisiete« (834).10 Andalucía, Sevilla, destino 10 R. El Saffar: »The fortuity of the meeting of the boys [Rinconete y Cortadillo] ... serves«, entre otras cosas, »to contrast with the predetermined atmosphere of the picaresque novel« (Novel to Romance, 34). Es una opinión que se viene repitiendo con frecuencia para destacar la »insalvable« diferencia entre la visión del mundo y de la literatura de Cervantes y la de Alemán: »[En contraste con el predeterminado camino de Guzmán] Rinconete y Cortadillo ... se van a dejar llevar, desde que se encuentran, por el acaso« (C. Blanco Aguinaga, »Cervantes y la pica- 3 Acta 33 natural de Rincón y Cortado — de la edad aproximada de Guzmán y Saya-vedra, durante sus andanzas por Italia y España ■—, en »romería« a »la Babilonia de España«, a la patria de su venerado ídolo: »... el que parecía de más edad dijo al más pequeño: De qué tierra es vuesa merced, señor gentilhombre, y para adonde camina? Mi tierra, señor caballero, — respondió el preguntado —, no la sé, ni para dónde camino, tampoco ...; Si yo no me engaño y el ojo no me miente, otras gracias tiene vuesa merced secretas y no las quiere manifestar. Si tengo — respondió el pequeño — -pero no son para en público... A lo cual respondió el grande: Pues yo le sé decir que soy uno de los más secretos mozos que en gran parte se pueden hallar; y para obligar a vuesa merced que descubra su pecho y descanse conmigo, le quiero obligar con descubrirle el mió primero...; ... sea en buen hora — dijo el otro — y en merced muy grande tengo la que vuesa merced me ha hecho en darme cuenta de su vida, con que me ha obligado que yo no le encubra la mía, que, diciendola más breve, es esta ...« (834—5). Evidentemente, en su propio acercamiento Rinoonete y Cortadillo consideran aconsejable el usual comportamiento difidente de Guzmán, Sayavedra, el mocito del »Soto«, durante sus encuentros. Narra Guzmán: »Halléme sin pensar junto a mí un mocito de mi talle. Debía de ser hijo de algún cuida-dano, que con tanta mala consideración como la mía se iba de con sus padres a ver mundo... no debía de tener mucha gana de volver a los suyos ni de resca«, 338); »los dos muchachos... se encuentran en la venta del Molinillo por acaso. Este es el primer rechazo de la práctica establecida del nuevo género« (J. B. Avalle-Arce, Novelas ejemplares, Madrid, Castalia, 1982, vol I, »Introducción«, 33). De acuerdo con nuestra lectura de Guzmán de Alfarache, el protagonista trata de racionalizar toda su desastrada vida y su deplorable conducta con ciertos conceptos deterministas: »No hallarás hombre con hombre...; el primer padre fue alevoso...« (308, 339), a veces probablemente muy sinceros, pero, otras, negados categóricamente: »Querer culpar a la naturaleza no tendré razón, pues no menos tuve habilidad para lo bueno que inclinación para lo malo. Mía fue la culpa, que nunca ella hizo cosa fuera de razón; siempre fue maestra de verdad y de vergüenza, nunca faltó en lo necesario. Mas como se corrompe por el pecado y los míos fueron tantos, yo produje la causa de su efecto, siendo verdugo de mi mismo« (372). Sin menospreciar las malas influencias a que Guzmán está expuesto de continuo: »Andaba entre lobos: enseñéme a dar aullidos...; hice lo que los otros. De peque-ñuelos principios resultan grandes fines« (315), en definitiva, Guzmán se demuestra, de hecho, »verdugo de [si] mismo«, responsable, culpable, esencialmente, de todo lo que le ha pasado y, sobre todo, de lo que ha llegado a ser, y esto por el hecho fundamental de que aun teniendo »habilidad para lo bueno«, cedió a »la inclinación para lo malo«, porque esto le parecía »bocado sin hueso, como descargado, ocupación holgada y libre de todo género de pesadumbre« (301). En suma, ¡sólo Guzmán, por su propia voluntad o libre albedrío, determina su vida! De qué modo se diferencia esta noción que Alemán tiene del destino humano de la de Cervantes? Este tiene algunos personajes que triunfan de modo heroico sobre su »inclinación para lo malo« (Ver nuestro estudio sobre El rufián dichoso, B. B. M. P., 1980), mientras aquél, al fin de la novela, sólo muestra al personaje asegurando que triunfó sobre el mal: »Rematé la cuenta con mi mala vida«, lo que describiría en una »tercera y última parte« (577). Verdad o no, se destaca de nuevo la posibilidad de tal cambio moral, aun en un personaje tan depravado como Guzmán. Cervantes y Alemán creían firmemente en la opción del hombre para el bien, pero, a la vez, sabían que éste sólo raras veces la toma, por lo cual, precisamente, estas ocasiones se representan como auténticas hazañas heroicas. Con estas observaciones sugerimos la necesidad de una radical reconsideración comparativa del pensamiento de Alemán y Cervantes, pues nos parece evidente que algunas conclusiones del pasado inducen a una comprensión errónea de ambos genios. Y con independencia de la »visión filosófica«, volviendo al encuentro »por acaso« de Rinconete y Cortadillo, 34 ser hallado de ellos ...; ya nos habíamos de antes hablado y tratado, pidiéndonos cuenta de nuestros viajes, de dónde y quién éramos. El me lo negó; yo no se lo confesé...; Lo que más pude sacarle fue descubrirme su necesidad ... En el punto entendí su pensamiento como si estuviera en él y para reducirlo a buen conceto, le dije: sabed señor mancebo, que soy tan bueno y hijo de tan buenos padres como vos. Hasta ahora no he querido daros cuenta de mí, más porque perdáis el recelo, pienso dárosla... (323—4); [Sa-yavedra] quedó tan rendido como agradecido... y dijo: Señor, ya no puedo, aunque quisiese, dejar de hacer alarde público de mi vida..., por la merced recibida [Guzmán también le dio cuenta de sí] ... y cumpliendo con tantas obligaciones, vuesa merced sabrá que soy ...« (455). Pese a todas las declaraciones y promesas de veracidad y franqueza (»con quien se ha de vivir ha de ser el trato llano sin tener algo encubierto«, 655), Guzmán y sus congéneres siempre presumen mentiras e invenciones en sus mutuas »confesiones«. Y, en efecto, tanto Sayavedra (456) como Guzmán (»mi tierra es Burgos ...«, 323) tienen muy distintas versiones de sus respectivas experiencias, según las circunstancias. Entre ellos, la verdad está siempre en entredicho: »por mis mentiras conocí que me las decía: con esto nos pagamos« (323), dice con este propósito Guzmán. Las »vidas« que Rincón y Cortado se revelan parecen asimismo puras invenciones. Lo sugieren, sobre todo, varios datos salientes de que se sirven y que proceden precisamente de las obsérvese que ocurre absolutamente del mismo modo como el de Guzmán y el mocito del soto de Toledo, por azar: »halléme sin pensar [¡acaso!] junto a mi un mocito de mi talle« (323), o, más bien, por conveniencia del enredo novelístico, pues Guzmán necesita encontrar otros »vestidos« con que disfrazarse, y allí está el mocito, de su »talle«, para vendérselos (324). No percibimos ninguna transcendencia filosófica intencionada en ello. De hecho, muy irónicamente para la tesis contraria, el encuentro de Rinconete y Cortadillo es mucho más »predeterminado« o, de todos modos, menos accidental si se tiene en cuenta su compartido deseo de ir a hacerse picaros en Sevilla. Y no es menos irónico el que Cervantes se inspire, en parte, precisamente en ese encuentro de Alemán para el de sus protagonistas, como, asimismo en parte (y contrariamente al juicio de Blanco Aguinaga), para la actitud de estos hacia las andanzas picarescas, imitada en la de Guzmán: »Los pies me llevaban. Yo los iba siguiendo, saliera bien o mal, a monte o poblado« (255). Este último detalle, »monte o poblado«, como también el encuentro de Guzmán y el mocito en el »soto« hace ver que el lugar de la acción puede ser también el »campo«, aunque el ambiente de la novela es preferentemente »urbano«. El hecho de que el encuentro de Rinconete y Cortadillo ocurra »en el campo« no representa así en absoluto una diferencia con la »picaresca canónica«, como piensa Avalle-Arce (»Introducción«, 34). Además, el ambiente de esta novela es, de hecho, casi por completo urbano, en el sentido más literal, y universal en su implicación simbólica, que Avalle-Arce percibe, extrañamente, en sentido contrario, como una reducción del ambiente humano (Ibid.). En Guzmán de Alfarache hay muchos otros encuentros »acaso« del protagonista como de personajes secundarios, claro está: »Y como en el camino llegase a un lugar donde halló acaso unos muy grandes enemigos, creyó que allí lo mataran ...« (431). Y por fin, en vista de la inspiración directa que Cervantes encontró en »la dualidad de protagonistas« de Alemán (a continuación se elabora esta tesis), por desgracia, debemos disentir categóricamente de nuevo con Avalle-Arce: »La dualidad de protagonistas, además, es la forma cervantina de presentar la amistad, y aquí volvemos al desencuentro total con la picaresca canónica, ya que, como dije más arriba, el picaro es el ser eminentemente insolidario, el enemigo de la sociedad« (Ibid., 35). Incluso esta última sugerencia resulta demasiado sumaria, pues dependería de cuál »picaro« se trata, de qué etapa de su vida, etc. Además, ¿qué pruebas tenemos de esa maravillosa »amistad« entre Rinconete y Cortadillo, excepto sus propios »votos« y su pacto de complicidad picaresca, en que se basan también las típicas »amistades« picarescas? 3: 35 »autobiografías« de Guzmán de Alfarache y Sayavedra respectivamente: Rincón afirma que su padre »es persona de calidad, porque es ministro de la Santa Cruzada; quiero decir que es bulero o buldero, como los llama el vulgo« (835), lo cual se nos sugiere como remedo de la estrategia de ofuscación de Guzmán respecto a la »nobleza« de su padre, falso converso, cruel seductor, inmoral oportunista, inescrupuloso »cambista« (242). La sustitución del »cambista« por el »bulero« por parte de Rinconete sería una natural, traviesa ocurrencia, y por parte de Cervantes — a base de la equiparación, implícita de las dos profesiones por esa sustitución — una muy sutil sátira de la »calidad« espiritual de esos picarescos »buleros«, cínicos »cambistas« de favores Divinos. Más tarde, Rincón y Cortado se niegan a revelar la identidad de sus padres, pues »no se ha de hacer información para recibir algún hábito honroso«, lo que aprueba el mismo Monipodio: »es cosa muy acertada encubrir eso que decís; porque si la suerte no corriese como debe, ¡no es bien que quede asentado debajo del signo del escribano, ni el libro de las entradas: Fulano, hijo de Fulano, vecino de tal parte, tal día le ahorcaron, o le azotaron, u otra cosa semejante, que, por lo menos, suena mal a los buenos oídos; y así torno a decir que es provechoso documento callar la patria, encubrir los padres y mudar los propios nombres« (841). Es lo que practican Guzmán y otros notorios picaros. Relata Sayavedra: »Soy valenciano, hijo de padres honrados ..., de niños quedamos consentidos [él y su hermano] ...; pospuesto el honor- con mas deseo de ver tierras que de sustentarle, salimos a nuestras aventuras ... Mas porque pudiera ser no sucedemos de la manera que teníamos pensado y para en cualquier trabajo no ser conocidos ni quedar con infamia, fuemos de acuerdo en mudar de nombres ... Yo, sabiendo ser caballeros principales los Sayavendra de Sevilla, dije ser de allá y púseme su apellido; más ni estuve jamás en Sevilla ni della sé más de lo que aqui he dicho« (456)11. En tales prácticas parecen inspirarse Rinconete y Cortadillo para ocultar su verdadera identidad ■— que queda siempre en dudas12 — pero no con el propósito principal de no comprometer el »honor« de sus familias13 sino de mantener el disfraz, del que depende su vida libre en la »florida picardía«, sin indeseadas intervenciones de sus padres. Guzmán se escapa de Madrid, porque ha robado un »talego« lleno de dinero, que un cliente le ha encargado de llevar (322), y Rincón alardea de igual fechoría: »me abracé a un talego« lleno de »dinero de las bulas ... y di conmigo y con él en Madrid« (835). Guzmán hace »perder el rastro a los que sin duda debieron de ir tras de mí«, pero conjetura que de haber sido preso, »quizás« habría »perdido las orejas« y »comprado un cabo de año, si tuviera edad« (323). Peor suerte tuvo Rinconete, según asegura, pues »vino el que tenía a cargo el talego tras mí, prendiéronme«, aunque, »viendo aquellos señores mi poca edad, se contentaron con que me arrimasen al aldabilla y 11 Guzmán: »Y para no ser conocido no me quise valer del apellido de mi padre: púseme el Guzmán de mi madre y Alfarache de la heredad adonde tuve mi principio« (254). 12 Al fin de la novela, el autor mismo dice que Rinconete »había andado con su padre en el ejercicio de las bulas« (851), aparentemente confirmando la declaración del personaje, pero ¿con guiño irónico al lector, por lo que ya se ha reconocido como invención, mentira? 13 Teniendo en cuenta el desprestigio moral del buldero y del sastre en aquella época, la preocupación de Rinconete y Cortadillo con deshonrar a sus padres ¡de tales profesiones! resulta, cuando menos, sospechosa, quizás reveladora, entre otras señales, de sus inventadas familias. 36 me mosqueasen las espaldas por un rato y que saliese desterrado por cuatro años de la corte« (835). »Pesadumbre« — pena de azotes — y »destierro« por algunos años de la cuidad es el castigo usual por esta clase de robos, que recibe también Sayavedra (430, 461) y que Rincón probablemente recuerda para su relato. Sin embargo, particularmente ¡impresionante le parecería a éste la actitud estoica y valiente de Guzmán en tales trances difíciles: »El dinero faltó para la buena defensa. No tuve para cohechar a el escribano. Estaba el juez enojado...; Ellos hicieron como quien pudo, y yo padecí como el que más no pudo... los crueles azotes« (562, 575), pues en ella parece inspirarse cuando se encuentra en esa supuesta dificultad: »tuve poco favor...; Tuve paciencia, encogí los hombros, sufrí la tanda y mosqueo y salí a cumplir mi destierro« (835).14 Entre las »alhajas ... más necesarias« que Rincón se ha llevado al escaparse de casa hay unos »naipes«, oon los cuales, asegura, »he ganado mi vida por los mesones y ventas, jugando a la veintiuna« y también »ciertas tretas de quinólas y del parar, a quien también llaman el andaboba«, que ha aprendido »de un cocinero de un cierto ambajador«, llegando por fin a »ser maestro en la ciencia vilhanesca« (835). El »oficio« con que Guzmán quizás más se identifica es el de »jugador« de ¡naipes: »me enseñé a jugar a la taba, al palmo y al hoyuelo. De allí subí a mediados: supe el quince y la treinta y una, quinolas y primera. Brevemente salí con mis estudios y pasé a mayores, volviéndolos boca arriba con topa y hago«, especialmente durante su servicio a un cocinero: »yo quedé doctor consumado en el oficio, y en breves días me refiné de jugador« (301, 310). Aprovéchase de su extraordinaria pericia en cualquier ocasión, por palacios, »mesones o ventas«, en particular, cuando le hace falta dinero: »Ocasión se me ofrece para salir de trabajos ..., y pues la poca moneda que me queda no es tanta que pueda sustentarnos mucho..., a perder o a ganar...« (451). Claro está, Guzmán procura »ganar« con cualquier clase de trucos o engaños, a veces con la complicidad de otros picaros tramposos como Sayavedra. La »faena« (452) que con éste hace en una posada a »dos huéspedes«, quienes lo admiten al juego, »alegrándose mucho, porque les parecía tordo nuevo que aun el pico no tenía embebido, y que [le] tenían ya en sus bolsas el dinero..como era mozo«, y quienes se quedan al fin »mollinos y sin blanca«, sin darse cuenta del engaño (452—3), pudo inspirar la treta que Rincón y Cortado hacen al arriero, quien »quería hacer tercio« en el juego, convencido de que por »ser ellos muchachos« podría ganarles fácilmente, y quien al fin pierde su dinero, quedando »agraviado y enojado« (836).15 Algunas de las »fullerías« de que Rinconete alardea en presencia de 14 En otra ocasión, también a Guzmán le prenden por una trampa, con castigo muy semejante: »Y si la edad no me valiera, otro que Dios no me librara de un ejemplar castigo. Mas el ser muchacho me reservó de mayor pena, y en lugar de la camisa que me prometió mandó que el verdugo... me diese un jubón para debajo de la rota que yo llevaba y me saliese de la cuidad luego al momento« (354). 13 Al darse cuenta del engaño, el arriero »se pelaba las barbas y quisiera ir a la venta tras ellos a cobrar su hacienda, porque decía que era grandísima afrenta y caso de menos valer...; sus compañeros le detuvieron y aconsejaron que no fuese, siquiera por no publicar su inhabilidad y simpleza« (836), asimismo como le habría aconsejado Guzmán: »Que si uno se riere del agravio que te hizo, ciento se reirán después viendo que fuiste necio dándole tu dinero« (449). He aquí un perdedor de un juego de naipes del temperamento de nuestro arriero en Guzmán de Alfarache: »Andábase paseando por la cuadra, bufando como un toro. No cabía en toda ella ... Enfadábale todo, blasfemaba ..., se oían ... los golpes que debía de dar en ella [cama]« (451). Típicos personajes de novelas picarescas. 37 Monipodio: »Yo... sé un poquito de floreo de Vilhán: entiéndeseme el retén; tengo buena vista para el humillo; juego biien de la sola, de las cuatro y de las once«, etc. (841—2), son las que sabe también Guzmán, lo cual sin embargo es natural, pues, como observa Monipodio: »todas esas son flores de cantueso, viejas y tan usadas, que no hay principiante que no las sepa, y sólo sirven para alguno que sea tan blanco que se deje matar de media noche abajo« (842). Meros »principios«, añade Monipodio, »en que habrá que asentar ... media docena de liciones«, para que Rinconete salga »oficial famoso y aun quizás maestro« (842). Es otro testimonio fehaciente de que Rincón y Cortado son »novatos« en la vida picaresca, recién salidos de casa, que todavía no han podido aprender todas las »fullerías« que sabe Guzmán. El intento del arriero de quitarles el dinero a Rincón y Cortado, »creyendo que por ser muchachos no se lo defenderían«, y la reacción resoluta de estos: »poniendo el uno mano a su media espada, y el otro al de las cachas amarillas, le dieron tanto que hacer, que a no salir sus compatriotas, sin duda lo pasara mal« (836), hace recordar una situación análoga en que el ventero, habiendo robado la capa a Guzmán, también amanaza con azotarle: como »me vió muchacho, desemparado y un pobreto, ensorbeciose contra mí... Mas ... con mis flacas fuerzas y pocos años arranqué de un poyo y tírele medio ladrillo que, si con el golpe le alcanzara y tras un pilar no se escondiera ... me dejara vengado...; cuando me vio con ellos [guijaros] en las manos, fuese deteniendo ... Acudieron los vecinos ...« (268) El »ánimo« de Guzmán sería siempre de gran inspiración para los dos mozos, aspirantes a picaros. Después de haber oído el relato de la »vida« de Rincón, construido con ingredientes de la de Guzmán, notorios para Cortado, éste considera oportuno responder con un relato con ingredientes de la »vida« de Sayavedra, cama-rada de Guzmán durante una breve temporada, después de su encuentro en el camino. Es posible, sin embargo, que Cortado haya decidido identificarse con el »oficio« picaresco de Sayavedra ya al salir de casa, según lo sugieren varios detalles, como, por ejemplo, »las tijeras« que trae consigo. Sayavedra habla a Guzmán de algunas de sus »habilidades« y experiencias picarescas: »... mi pobreza siempre fue tanta ... No por falta de habilidad, que mejor tijera que la mía no la tiene todo el oficio. Pudiera leerles a todos cuatro cursos de latrocinio y dos de pasante. Porque me di tal maña en los estudios, cuando lo aprendí, que salí sacre. Ninguno entendió como yo la cicatería ...; era rapacejo delgadillo ..., ligero como un gamo ... Asistíamos de día como buenos cristianos en las iglesias, en sermones, misas, estaciones, jubileos, fiestas y procesiones ..., a todas y cualesquier juntas donde sabíamos haber concurso de gente,16 procurándonos hallar a la contina en el mayor 16 Ganchuelo: »no hay quien nos mande hacer esa diligencia [restituir lo hurtado], causa que nunca nos confesamos, y si sacan cartas de excomunión, jamás llegan a nuestra noticia, porque jamás vamos a la iglesia al tiempo que se leen, si no es de los días de jubileo, por la ganancia que nos ofrece el concurso de la mucha gente« (839). Monipodio dice más tarde que los »viejos abispones« son »hombres de mucha verdad, y muy honrados, y de buena vida y fama, temerosos de Dios y de sus conciencias, que cada día oían misa con extraña [en sentido de »singular«] devoción« (846). ¿Por qué habría »contradicción« entre estas afirmaciones? (J. L. Varela, »Sobre el realismo cervantino en Rinconete«, 448). Desde la peculiar perspectiva de Monipodio, precisamente por el temor de sus »conciencias« y de »Dios« no se confiesan »nunca« ni van a la iglesia, »al tiempo que se leen« las cartas de excomunión, sus »cofrades«. ¡Conciencia limpia, mientras sobre ella no caiga ninguna condena que se sepa! Asi, los »avispones« oyen misa »cada día con 38 aprieto..., ya sacábamos las dagas, lienzos, bolsas, rosarios, estuches, joyas de mujeres, dijes de niños ... (456—7). Y he aquí las »experiencias«, y »habilidades« de Cortado, auténticas, según él, incluyendo la queja incial: »La corta suerte me tiene arrinconado«, pero nadie debiera dudar de sus »buenas habilidades«, pues »corro como una liebre y salto como un gamo, y corto de tijera muy delicadamente...; córtelas tan bien, que en verdad que me podría examinar de maestro« (835). »Bolsas«, claro está, como Cortado revela en la segunda versión de su vida, y no »polainas«, como dice en su primera versión, lo que le sugirió, con toda probabilidad, también la invención de un padre, quien — además de »no tenerle por hijo«, como algunos típicos padres de picaros —,n es »sastre« (834).18 En este »oficio« Cortado ha hecho »maravillas, porque no pende relicario de toca, ni hay faltriquera tan escondida que mis dedos no visiten ni mis tijeras no corten, aunque le estén guardando con los ojos de Argos ...; se dar tiento a una faltriquera con mucha puntualidad y destreza« (835, 842). Probablemente de esta »habilidad« de »cortar« prendas ajenas procede también el nombre »profesional«, tan apropiado: Cortado. Según venimos sugiriendo, se trataría más bien de vehementes deseos de poseer todas esas »habilidades« que Sayavedra practica en la novela de Alemán, pues Cortado es todavía »novato« en la vida picaresca, pero ya sus primeras »pruebas« en el »oficio«, particularmente el hurto de la »bolsilla« y del »pañuelo randado« del estudiante le demuestran excelente discípulo para imitar aún los lances más astutos, »profesionales«, únicos y de »más gusto« de su ídolo literario: »... con extraño disimulo, sin alterarse ni mudarse en nada, respondió: ... esa bolsa... no debe de estar perdida... tener paciencia, que de menos nos hizo Dios ...; día de juicio hay ...; sacó [el estudiante] un pañuelo randado para limpiarse el sudor..., Cortado le marcó por suyo...; le comenzó a decir tantos disparates ... bernardinas, acerca del hurto y hallazgos de su bolsa..., que el pobre sacristán estaba embelesado escuchándole... Estábale mirando Cortado a la cara atentamente y no quitaba los ojos de sus ojos; el sacristán le miraba de la misma manera..., sutilmente le sacó [Cortado] el pañuelo de la faltriquera ...« (838). He aquí unas típicas »faenas« de Sayavedra, posiblemente inspiradoras de la de Cortado: »... del mejor ferreruelo que me parecía y del más pintado gentil hombre le sacaba por detrás o por un lado, si acaso por el aprieto se le caía... y lo que yo desto más gustaba era verlos ir después hechos un retrato de S. Martín, con media capa menos ... y así se iban corridos . . . (457); extraña devoción« — ¿por qué dudarlo, siendo »la iglesia« uno de los campos más fertiles de sus empeños? —, menos »al tiempo que se leen las cartas de excomunión... ¡si no es los días de jubileo«! En tales días, los picaros acuden por las oportunidades de »ganancia«, que los tendrían tan atareados que de ningún modo podrían oir esas »cartas«, aunque se leyesen. Monipodio cree que está describiendo bien el carácter y las actividades de sus »cofrades«, desde su modo de entenderlos y de dejar ciertos detalles sobreentendidos por tan obvios: menos »al tiempo ...« Con esto no afirmamos que los »cofrades« no son capaces de mentir, ni mucho menos. Ganchuelo, por ejemplo, niega, reniega, »jura« de no haber »visto« la »bolsa« que hurtó Cortadillo, siendo esto patente mentira (843). Nos parece un detalle significativo: Los »cofrades« se juran mutua »honestidad«, de que, sin embargo, se desentienden si la mentira no es comprobable. Así, en suma, como esto suele ocurrir en la sociedad »normal«, que imitan. 17 Guzmán dice que es »malnacido y hijo de ninguno« (252). 18 La huida de la casa de un padre »sastre« sería también consistente con esta exaltación de la libertad picaresca por Guzmán: »¡sin dedal, hilo ni aguja ...!« (301). 39 En aquel punto mismo [sorprendido en el hurto] saqué de la necesidad el consejo, y sin turbarme, antes con rostro alegre, le dije...« (458); como sus cómplices, Sayavedra es maestro en »derramar el poleo«, es decir, en »jactancias en el hablar« (460), con que »embelesa« a sus victimas. A menudo utiliza refranes, lo que también Cortado escoge como arma eficaz para el engaño del estudiante.19 Sayavedra dice que »el pecado... siempre me perseguía en los umbrales de las casas« (461), refiriéndose a las muchas veces que fue sorprendido con el hurto en la misma »puerta de la calle...; cuando a ella llegué llegaba también el señor de la casa« (458), pero siempre salvándose de algún modo del aprieto. ¿No se inspiraría quizás en este alarde de agilidad picaresca el de Cortado: »nunca fui cogido entre puertas« (835)? Poco antes de llegar a Sevilla, »no se pudo contener Cortado de no cortar la valija o maleta que a las ancas traía un francés de la camarada« (836), eno de los caminantes, »medio amo ...«, que invitó a los dos mozos a venirse con ellos en el viaje. ¿A imitación aproximada del cínico hurto de los baúles de Guzmán, »medio amo« de Sayavedra, por parte de éste (425—429)? La pregunta se impone también por el hecho de que entre los artículos »desvalijados« figura »un librillo de memoria« (836), lo que podría ser una muy pasajera pero ingeniosísima alusión cervantina al hurto de los »papeles y pensamientos«, las »memorias« de Alemán, por parte de Sayavedra — Luján (385, 391). Este robo »de los que hasta allí los habían sustentado« (836) a menudo sorprende a los lectores, pues tan extremado cinismo resulta, a la verdad, inesperado, algo inverosímil en picaros todavía tan »novatos« ...; excepto, si no se lo presupone radicado en su ánimo, en su carácter, sino más bien en el programa picaresco, literario, con que consideran propio, admirable cumplir siempre cuando la ocasión se les presente. Prescindir de este lance, en circunstancias tan oportunas, con la víctima tan desprevenida, ¿no equivaldría, en efecto, a una »traición« de los venerados modelos inspiradores, a una contradicción del modo de vida particular que Rincón y Cortado se han escogido para sí, con tan cuidadosa, entusiasmada premeditación al escaparse de casa? La lectura de Guzmán de Alfarache inspiraría el »cinismo preventivo« con que Rincón y Cortado perpetran el robo, pues, según recordarían, el arriero, quien, por »generosidad«, llevó a Guzmán sobre »las ancas de su muía«, al terminar el viaje, le exigió pago, como si fuese convenido desde el principio (295). En suma, esta experiencia de Guzmán les haría comprender la necesidad de adelantarse a los otros en el engaño, que de seguro, de algún modo, ya están contemplando.20 »Esta diferencia tiene el bien al mal vestido, la buena o mala presunción de su persona y cual te hallo tal te juego, que donde falta conocimiento el hábito califica: pero engaña de ordinario«, observa Guzmán (324), quien, auténtico camaleón en los vestidos, sabe mudarlos con la mayor destreza, " Sayavedra: »Ninguno piense mascar a dos carillos, que no hay dignidad sin pinsión en esta vida... ¡en todo hay pechos y derechos y corren intereses. Una mano lava la otra y entrambas la cara ...«, etc. (459). Cortadillo: »para todo hay remedio, si no es para la muerte, ... tener paciencia, que de menos nos hizo Dios y un día viene tras otro día, y donde las dan las toman«, etc. (838). Se evidencia un análogo derroche de refranes como típico modo expresivo de Sayavedra y su buen discípulo, Cortadillo. 20 Sin percibir la imitación que sugerimos, es inevitable la conclusión de que »El robo de los viajeros... parece menos simpático y más de acuerdo, en cambio, 40 según se lo piden las circunstancias. Se trata de una artimaña profesional que todos los picaros deben aprender para sobrevivir y medrar. Por esto, con frecuencia también aparecen con »fardos«, »hatillos«, »mangas«, etc., en que traen ropa »para remudar«. Al salir de su casa, explica Guzmán, »vendí mis vestidos donde no los hube menester y con la moneda que dellos hice y saqué de mi casa, los quiero comprar [otros vestidos] donde dellos tengo necesidad; y trayendo el dinero guardado y este vestido desarrapado aseguro la vida y paso libremente; que al hombre pobre ninguno le acomete, vive seguro y lo está etn despoblado sin temor de ladrones que le dañen ni de salteadores que le asalten« (324). Los vestidos »pobres« también sirven de disfraz, particularmente a los picaros »novatos«, hijos de familias »honradas«, para no ser reconocidos y devueltos a sus casas, como el mocito que Guzmán encuentra en el soto de Toledo, quiein, no teniendo »mucha gana de volver a los suyos, ni de ser hallado dello-s«, se deshace de sus vestidos, vendiéndolos a Guzmán, asimismo deseoso de deshacerse de su propio »hábito« (323—4). Y así hacen también Avendaño y Carriazo de La ilustre fregona, al huir para ser picaros: »Ropero hubo que por la mañana les compró sus vestidos y a la noche los había mudado de manera que no los oonoaiera la propia madre que los había parido« (924). A todas luces, para no ser reconocidos de los »suyos« aparecen también Rincón y Cortado en vestidos »descosidos, rotos y maltratados« (834), de seguro comprados de algún ropero o canjeados con otros picaros »novatos«. »Vestidos de mezcla« (324), como podría decir con más razón que nunca Guzmán, pues es estridentemente llamativa su incongruente combinación de modas, formas, colores, proveniencias; antiguas funciones, prácticas, festivas ...: »Traía el uno montera verde de cazador; el otro, un sombrero sin toquilla, bajo de copa y ancho de falda...; una camisa color de gamuza, encerada, y recogida toda en una manga; [al] otro... en el seno se le parecía un gran bulto...; un cuello... de valones almidonado con grasa y tan deshilado de roto, que todo parecía hilachas«, (834). Se acrecienta la comicidad por lo supérfluo de algunos indumentos: »medias de carne, bien es verdad que lo enmendaban los zapatos..., sin suelas, de manera que más le servían de cormas que de zapatos«, y, sobre todo, por el propósito tan transparentemente calculado de los dos picaros »novatos« de impresionar con su apariencia mísera y tremebunda a la vez, desmentida en el acto por la »buena gracia« de »ambos«, y las quemaduras del sol en sus delicadas teces, obviamente todavía no acostumbradas a la interperie del clima (834). Rincón y Cortado parecen espantajos, aunque desean imponerse como picaros auténticos, inveterados, por lo cual quizás sea significativo hasta el detalle de que »capa no la tenían« (834), que podría hacer evocar el notorio hecho de que Guzmán, en algunas de sus más importantes experiencias tempranas, se queda »sin capa«, por habérsela robado en una venta, de lo cual hay repetidas menciones en la obra. con las crueles depredaciones en que abunda la carrera de Guzmán, la del Buscón y otros picaros« (Y. Rodríguez-Luis, Novedad y Ejemplo de las Novelas de Cervantes, 174). P. Dunn advierte que, pese a todo lo entretenido del engaño, Cervantes también sugiere su gravedad moral y las concuencias para la víctima (»Cervantes De / Reconstructs the Picaresque«, 126—7). De acuerdo con nuestra tesis, con esto se sugerirían también las deplorables consecuencias de una ciega imitación de la literatura, asimismo como en el Quijote, pero a esta comprensión llegarían Rinconete y Cortadillo sólo al fin. En este momento consideran el robo sólo como un juego ingenioso. 41 Sabiendo que »el hábito« sólo »no hace al monje«, Rincón y Cortado afectan también características actitudes picarescas: »¡miserable vida!«, en que uno se afana de continuo en hallar »lo necesario para pasar[la]« (834) de algún modo, se queja Cortado, coincidiendo en ésa visión lóbrega y actitud fatalista con que Guzmán busca siempre cualquier »medio« para »salir de miseria«, pero convencido de que »contento no existe en el mundo«, por lo cual ni hay que buscarlo »acá« (254, 271): ¡»La corta ¡suerte me tiene arrinconado«!, y Rincón lo consuela: »todo éso y más acontece por los buenos« (835), coincidiendo con una notoria reflexión desengañada de Guzmán: »¡Cuántos buenos están arrinconados!« (306). El nombre mismo, Diego del Rincón, que el mozo adopta para su vida picaresca, según la práctica de Guzmán y sus congéneres (254), ¿no lo acuñaría quizás por sugerencia de las frecuentes referencias de éstos a la »suerte«, al »destino«, a la »fortuna« . .., que los tiene »arrinconados« (269, 320, 435)? A la »suerte«, buena o mala, siempre enigmática, inescrutable e imprevisible, suelen los picaros atribuir a menudo los cambios y sucesos más estraordinarios de su vida: »¿Qué conjuración se hizo contra mí?, ¿Cuál infelice estrella me sacó de mi casa?« (269), asimismo como Rincón, quien »imagina« que »non sin misterio nos ha juntado aquí la suerte« (835). Insito en las actitudes de Guzmán es también su notorio sarcasmo, que los dos picaros »novatos« también tratan de emular de su modo: »Una espía doble [a Guzmán y Sayavedra también los persiguen los »espías«, claro está] (323), dio noticias de mi habilidad al corregidor, el cual, aficionado a mis buenas partes, quisiera verme; mas yo, que, por ser humilde, no quiero tratar con personas tan graves, procuré de no verme con él, y así salí de la ciudad« (835—6).21 También la tendencia moralizante, didáctica de Guzmán adoptan los mozos: »Siempre he oído decir que las buenas habilidades son las más perdidas; pero aun edad tiene vuesa merced para enmendar su ventura« (835). En efecto, así habla Rincón, que es el »mayor« de los dos, y este hecho también determina cierta jerarquía en la relación y, casi siempre, la iniciativa en proponer y planear trampas: »de esto hemos de hacer luego la experiencia los dos; armemos la red y veamos si cae algún pájaro« (835); itinerarios: »Allá vamos ... y serviremos a vuesas mercedes« (836); cambios en el modo de vida: »se propuso en sí de aconsejar a su oompañero no durasen mucho en aquella vida tan perdida y tan mala« (852). Y Cortado, el »menor«, suele aquiescer: »Sea así... como vuesa yerced, señor Rincón, ha dicho...« (836). Esta relación, que también por la edad determina cierta mayor »autoridad« de Rincón, es aceptada por ambos mozos como natural, acreditativa de su nueva vida picaresca, por tan reminiscente de la relación entre Guzmán, el »mayor«, y Sayavedra: »me reconocía por amo«, dice aquél de éste: »que no es pequeña ventaja para cualquier cosa llevar la mano« (455).22 Con »vuesa 21 Guzmán: El gobernador »mandó que saliese de la ciudad luego al momento. Mas aunque no me lo mandaran, en cuidado lo tenía, que allí no quedara si señor della me hicieran« (354—5). 22 De tenerse en cuenta, esta relación entre Rinconete y Cortadillo como consciente imitación de Guzmán y Sayavedra, haría necesaria una reconsideración de las interpretaciones que ven a los dos mozos como »desdoblamiento retórico de la misma figura« (J. Casalduero, Sentido y forma de las Novelas ejemplares, 108); en que se subordina Rinconete a Cortadillo (E. J. Brahm, »El mitogema de la sombra en Pedro Schlemihl, Cortadillo y Berganza«, Anales cervantinos, 1961—2, 29—44); y, en efecto, todas las interpretaciones de esta relación propuestas hasta ahora (El Saffar, Novel to Romance, 32—36, etc.). 42 merced«, »señor gentilhombre«, »señor caballero«, »señor hidalgo« (834—6) se apellidan Rincón y Contado, pero no se trata de unos momentáneos olvidos de la identidad picaresca asumida, de una inconciente revelación del »respetable« estado social a que de veras pertenecen, sino, también en esto, de un remedo fiel de esa incongrua, a menudo traicionera »civilidad« picaresca: »Gentilhombre«, »señor mancebo«, »vuestra merced«, »señor«, »información de hidalguía« (323, 324, 435, 453, 461, etc.) son los términos »respectuosos« con que se tratan Guzmán, Sayavedra y otros picaros.23 Al reconocerse Rincón y Cortado en sus semejantes aspiraciones de emular la vida picaresca, de inmediato ponen grandes empeños en impresionarse mutuamente con las supuestas fechorías cometidas, ¡cuantas más mejor!, pues »hacer de las infamias bizarrías y de las bajezas honra« constituye un notorio orgullo picaresco: »los picaros dan en serlo y se precian en serlo« (321). Una sola afirmación resulta probablemente veraz de todo lo que Rincón y Cortado se han dicho de sus vidas: »enfadó[los] la vida estrecha« que antes llevaban (835), no importa ai aldeana o urbana, en familias ricas o no, aunque lo más probable es que fuesen acomodadas, pues los muchachos de familias muy pobres no solían tener la comodidad de vivir en ocios, de aburrirse o augustiarse con íntimas reflexiones sobre su existencia, que a la postre los empujase a escaparse de casa. A Lazarillo lo obligan a salir de su mísero hogar. De todos modos, esa »vida estrecha«, aburrida, es la razón principal de las emprendidas andanzas picarescas de Rincón y Cortado, quienes, sabiendo leerse los pensamientos, pronto se comprenden mutuamente: »y pues ya nos conocemos no hay para que aquesas grandezas ni altiveces« (836). Ambos concluirían, en palabras de Guzmán: »Representáronseme con su re lación mis propios pasos« (462).24 Entregándose, pues, »al camino« que los »lleve a la ventura« (834),25 en búsqueda de aventuras y libertad picarescas, único fin de ambos, Rincón y Cortado celebran su nueva amistad y alianza con solemne ceremonia. Rincón: 23 En todos los estudios se evidencia cierta perplejidad por este modo »respetuoso« de tratarse los dos mozos. En su interesante »lectura« de la novela, F. López Estrada observa: »los mozuelos... se ofrecen en sus apariencias como andariegos desarraigados, pero ellos se tratan entre sí como gente de buen linaje ... ¡tenemos reunidas tres palabras que son las más idóneas para significar la conciencia de la clase noble en su condición cortesana: gentil-hombre, hidalgo y caballero« (»Apuntes para una interpretación de la inversión creadora«, Lenguaje, ideología y organización textual en las Novelas ejemplares, Actas del Coloquio celebrado en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense (1982), Madrid, 1983, 61). Las palabras son »cortesanas«, pero utilizadas por los picaros, cuando su propio alarde mentiroso de »nobleza« los obliga a ello. Aunque el modo de apellidarse sería el mismo, Rinconete y Cortadillo no lo utilizan como »cortesanos«, sino con la pretensión de ser auténticos picaros, uno de cuyos rasgos es precisamente la falsa representación personal por ese modo de tratarse. Todo este juego de intenciones se complica mucho al tenerse en cuenta también el hecho de que los dos mozos se comprenden muy bien en sus pretensiones, sin jamás confesárselas mutuamente por completo. Como señala también López Estrada (Ibid.), algunos personajes intuyen la pretensión; la ventera queda »admirada de la buena crianza de los picaros« (836). 24 Ver el excelente estudio de M. E. Silberman de Cywiner, El Rinconete y Cortadillo en la encrucijada de dos siglos (Universidad Nacional de Tucumán, 1981) para una interesante lectura de »la aventura de la vida libre« de los dos mozos (32—38), diferente de la nuestra en su premisa inicial. 25 Guzmán: »Echada está la suerte, ¡Vaya Dios conmigo! Y con resolución comencé mi camino; pero no sabía para dónde iba ni en ello había reparado« (255). Ver también nota 9. 43 »pienso que habernos de ser, de éste hasta el último día de nuestra vida, verdaderos amagos«. Cortado: »y pues nuestra amistad... ha de ser perpetua, comencémosla con santas y loables ceremonias. Y levantándose Diego Cortado, abrazó a Rincón, y Rincón a él, tierna y estrechamente« (836). Quizás todo sea muy sincero,26 pese a las muchas mentiras que antes se dijeron, y de que son muy conscientes, pero esto, en realidad, no debiera constituir para ellos un motivo de preocupación. Todo lo contrario, pues con »loables y santas ceremonias« suelen también celebrarse las amistades y cerrarse los tratos picarescos de muy previsibles intenciones traicioneras: »No pude resistirme sin hablarle con amor ni él [Sayavedra] de recetarme con lágrimas, que vertiéndolas por todo el rostro se vino a mis pies abrazándose, con el estribo ..., [asegurando] que quería como un esclavo mío servirme toda su vida« (435). Teniendo bien en cuenta que Rincón y Cortado se hacen picaros principalmente por aburrimiento en su vida doméstica y por emulación de la picaresca literaria, y no por adversas circumstancias sociales, económicas o por acuciantes conflictos íntimos de identidad personal, se comprende claramente la radical diferencia entre ellos y los a menudo tétricos picaros como Guzmán de Alfarache.27 Aunque la imitaaión por parte de Rincón y Cortado se realiza en situaciones aparentemente análogas, indistinguibles de las del modelo literario, y de modo puntual en -todos los detalles (el engaño al arriero, el robo al francés, etc.), sus motivaciones son tan radicalmente distintas de las de los personajes literarios emulados, que se les hace imposible, como es natural, sentir y, así, simular convincentemente los más íntimos complejos, como, por ejemplo, el pesimismo y el cinismo de éstos. Así, sus intentos de asumir unos caracteres, unas actitudes y convicciones ¡de entes literarios!, a las cuales todo su ínsito alegre, juguetón, gracioso, despreocupado modo de ser y actuar es reacio de raiz, resultan inevitablemente cómicos. Según ya se ha sugerido, Rincón y Cortado quieren vivir la literatura, asimismo como Don Quijote, pero, a diferencia de éste, quien logra identificarse por completo con el espíritu de los caballeros andantes literarios que siente íntimamente y trata de compartir con los demás, con propósito y convicción absolutamente serios, ellos sólo pueden imitar ciertas aventuras picarescas literarias en el sentido más superficial, por considerarlas equivocadamente como un juego muy entretenido; al reconocer su esencia, deciden repudiar la vida picaresca.28 Después de la treta con los naipes en la posada, Guzmán, »temeroso« de que los perdedores, »como necesitados«, le »hiciesen alguna demasía« manda a Sayavedra que »sin hablar palabra... tomase por la mañana caballos para ir la vuelta de Milán ... adonde caminábamos con tanta priesa como miedo« (453). Con igual deseo de alejarse cuanto antes del arriero engañado, 26 Asi creen F. López Estrada (Nota 22) y varios otros críticos. 27 Intuye este problema R. El Saffar: »Differing from the real picaro, however, Rincón and Cortado have chosen the mask of picaro as a disguise. Since the mask itself represents evasión, Rincón and Cortadillo have engaged in a double distancing from society: they hold themselves removed from a role which is itself removed from society« (Novel to Romance, 36). 28 Pese a todas estas consideraciones, es muy posible que a momentos, como en el engaño al arriero, por ejemplo, Rinconete y Cortadillo actúen tan intensamente su papel picaresco que, de hecho, ya no son conscientes de que tan sólo pretenden ser picaros. Ocurriría esto como con D. Quijote, en la interpretación de M. Van Doren (D. Quixote's Professiorí). F. López Estrada señala oportunamente Rinconete y Cortadillo como »anuncio« del Quijote (nota 22, p. 68). 44 Rincón y Cortado se unen a unos caminantes que van a Sevilla: »Y sin más detenerse, saltaron delante de las muías y se fueron con ellos, dejando al arriero agraviado y enojado...« (836). Claro está, no cabe pensar en un propósito imitativo, pues en esta ocasión los dos mozos no necesitan recordar situaciones literarias para apreciar el peligro muy verdadero en que se encuentran, aunque quizás las evoquen íntimamente, concluyendo — como harían más y más — que la vida no se deja encauzar por la literatura. Vendidas la »camisas« robadas »en el malbaratillo«, según la práctica picaresca (462), Rincón y Cortado »se fueron a ver la ciudad, y admiróles la grandeza y suntuosidad de su mayor iglesia, el gran concurso de gente del río« (836). »Ver« ciudades, »admirarse« de sus »cosas curiosas«, de sus »grandezas« y bellezas: calles, plazas, casas, palacios, jardines, bosques, estatuas, fuentes, ríos ..., »en especial y primero su iglesia mayor«, constituye uno de los grandes deleites de Guzmán, Sayavedra y otros picaros dromómanos y, a menudo, una razón determinante de sus itinerarios: »Cuando llegamos a vista de Florencia, fue tanta mi alegría, que no sabré decir« (432—8). También por anticipar semejantes deleites turísticos, tan exaltados en Guzmán de Alfarache, salieron de su casa Rincón y Cortado: »tenían grande deseo de verse [en Sevilla]«, pero lo que más los fascina en esta cuidad son de seguro las »galeras« en el río, »cuya vista les hizo suspirar, y aun temer el día que sus culpas los habían de traer a morar en ellas de por vida« (836). ¿»Suspirar« también por cierta evocación admirativa del »martirio« de Guzmán, quizás en una de esas mismas galeras? Rincón y Cortado »echaron de ver los muchos muchachos de la esportilla que por allí andaban; informáronse de uno de ellos qué oficio era aquél, y si era de mucho trabajo, y de qué ganancia« (836). ¿No recuerdan que también Guzmán era esportillero? (321). Es posible que tan sólo quieran averiguar con qué mercancía y clientes tratan esos esportilleros sevillanos, pues Guzmán practicaba este »oficio« en Madrid. De todos modos, asimismo como Guzmán en situación análoga, »toman bien de memoria... toda la lección que un mozuelo, el »asturiamillo«, les da sobre las prácticas, los intrumentos, los lugares, las atracciones y los provechos de esa ocupación, con que »se comía y bebía y triunfaba como cuerpo de rey«, demonstrándose pronto »graduados en el nuevo oficio« (836). Hablando de su iniciación en el »arte bribiática« en Roma, Guzmán dice: »guiábame otro mozuelo de la tierra diestro en ella, de quien comencé a tomar liciones. Este me enseñó a los principios cómo había de pedir ..., cómo había de compadecer ..., latimar ..obligar« y todo lo relativo a ese »oficio«, con óptimos resultados: »Dime tan buena maña, que ganaba largo de comer en breve tiempo« (342).29 A Rincón y Cortado »no descontentó« el »oficio« también »por parecerles que venía como de molde para poder usar el suyo con cubierta y seguridad, por la comodidad que ofrecía de entrar en ¡todas las casas« (837), así como solía hacer el »maestro« Sayavedra en Nápoles, entrando a robar en muchas casas fingiéndose lícito »oficial« (456). Como esportillero, Guzmén encuentra a un »despensero«, quien »hacía confianza de mí, enviábame solo que llevase a su posada lo que compraba. 29 Y refiriéndose a su incipiente »oficio« de esportillero en Madrid, Guzmán dice: »ya me sabía la tierra y había dinero para esportón; mas antes de resolverme a volverlo al hombro, visitaba las noches y a mediodía los amigos y conocidos de mi amo ..., porque ya sabía un poquillo y holgara saber algo más, para con ello ganar de comer« (321). 45 Desta continuación y trato... me cobró amistad. Parecióle mejorarme sacándome de aquel oficio... Muchas veces me lo dijo, y una mañana me hizo una larga arenga de promesas« (309). Y Rincón, como esportillero, se encuentra con un soldado, quien »cargóle muy bien, mostróle la casa de su dama para que la supiese de allí adelante y él no tuviese necesidad cuando otra vez le enviase, de acompañarle«, y quien »se contentó... de la buena gracia del mozo, y díjole que si quería servir, que él le sacaría de aquel abatido oficio« (837). Guzmán sucumbe a las ofertas del despensero, de lo cual se arrepiente mucho, pues pierde su »libertad« picaresca: »túvela y rao la supe conservar« (309). Evidentemente muy consciente de tal »error«, Rincón se guarda bien de no repetirlo: »respondió que... no le quería dejar tan presto [su »oficio« de esportillero]« (837).30 Pese a las expertas lecciones de los primeros adalides y a la argucia de los alumnos, éstos acaban revelándose como »novatos« a los otros picaros: »Este rapaz español que ahora pide en Roma, nuevo es en ella, sabe poquito y nos destruye... Destrúyenos el arte..., a nosotros hace mal y a si propio no sabe aprovecharse«. Por esto, dice Guzmán, »llamóme pasico [un proto-pobre], y apartóme a solas ..., examinó mi vida, sabiendo de dónde era, cómo me llamaba, cuándo y a qué había venido«; y confiado en qué podía enmendarle (»yo lo disciplinaré como se entienda«, 342), le informó sobre »las propiedades y leyes del oficio..., las obligaciones que los pobres tienen a guardarse el decoro, a darse avisos, ayudarse, amarse como hermanos de mesta, advirtiendo[se] de secretos curiosos y primores«, dándole por fin ciertos »avisos« y refiriéndole »por escrito... las ordenanzas mendicativas« (342—3). Concluye Guzmán: »lo que aprendí de aquel muchacho y otros pobretes de menor cuantía [que encontró al principio] todas eran raterías respecto de las grandiosas que allí supe« (342—3).31 A Rincón y Cortado los reconocen por novatos otros »mozos del oficio«, por »lo flamante de los costales y espuertas« que aquéllos acabn de comprar, y así pronto se les acerca un »mozo de la esportilla«, quien empieza a »examinarlos«: »Díganme, señores galanes: ¿voacedes son de mala entrada, o no? ... ¿No lo entienden? ... Pues you se lo daré a entender, y beber, con una cuchara de plata ... Mas díganme ¿cómo no han ido a la aduana del señor Monipodio?« Les advierte que »no se atrevan a hurtar sin la señal« de éste, »aconse-jándo[les]« que le den »la obediencia«, como lo hace toda la cofradía de maleantes (838—9). Este mozo de la esportilla desempeña, pues, algunas funcio- 30 Es otra prueba de que la sobrevivencia material no es una gran preocupación para Rinconete y Cortadillo, contrariamente a lo que al principio aseguraban: »Allí le daría fin... al camino a la ventura... donde hallase quien me diese lo necesario para pasar esta miserable vida« (834) ¡Aventuras, diversión, »libertad«!, esto es lo único que los dos buscan, según se viene viendo cada vez más claramente. 31 Como posible fuerte sugerencia para la concepción irónica de la »cofradía« de Monipodio, como modo ejemplar de vida, para los novatos, nos parece la advertencia del protopobre a Guzmán que le refiere las »ordenanzas mendicativas... por escrito..., para evitar escándalo y« para »que estuviese instructo« (34) Evidente tono escandalizado hay en la pregunta del esportillero a Rinconete y Cortadillo, ignorantes de la »cofradía«: »Más díganme ¿cómo no han ido a la aduana del señor Monipodio?« (839) En Rinconete y Cortadillo es Monipodio quien »preguntó a los nuevos el ejercicio, la patria y padres« (841) y quien los informa sobre casi todas las prácticas y obligaciones de los miembros de la »cofradía«. En este personaje se combinan las funciones que en la novela de Alemán se distribuyen entre varios personajes, según se verá más adelante. 46 nes del »protopobre«, pero éste — pese a la declaración de Guzmán de que sus »avisos ... en cuanto viva no [le] serán olvidados« (343) — es una figura casi sin relieve, vaga, que se describe sólo con unas breves, indirectas referencias, mientras el personaje cervantino se nos impone con una vibrante actuación personal, directa, en que explica su extraña, deformada, pero sincera comprensión del mundo, con pintorescas voces germanescas« — que, a su vez, requieren explicación, pues »así conviene saberlas como el pan de la boca« — graciosas impropiedades lingüisticas, ingenuas y cómicas hipérboles: »[Soy ladrón] para servir a Dios y a las buenas gentes ...; rezamos nuestro rosario repartido en toda la semana y muchos de nosotros no hurtamos en día del viernes ni tenemos conversación con mujer que se llame María el día del sábado...; la orden que tiene dada Monipodio... es santa y buena...; dieron tres ansia a un cuartrero que había murciado dos roznos...; ¿no es peor... ser solomico [sodomita]«? (839—40). Actuación por medio de un diálogo chispeante, provocado por las preguntas y observaciones maliciosas o traviesas de Rinconete y Cortadillo: »Sin duda... debe de ser buena y santa [la orden de Monipodio], pues hace que los ladrones sirvan a Dios« (839), que hace del »mozo de la esportilla« una creación literaria de veras »inolvidable«, y no sólo porque otro personaje o el autor así la declare. A la misma conclusión llegaremos respecto a todos los personajes que Cervantes crea por una inspiración inicial, vaga, de la novela de Alemán. La actuación y las informaciones del »mozo de la esportilla« hacen también anticipar con impaciencia la visita a la cofradía y a Monipodio, su jefe, »su madre, su maestro, y su amparo« (839). Rinconete, »que de suyo era curioso« (846), dice: »vuesa merced alargue el paso, que muero por verme con el señor Monipodio, de quien tantas virtudes se cuentan« (840).32 Probablemente también recuerda de su lectura de Guzmán de Alfarache al Protopobre, al Capitán y a Morcón y a sus respectivas cofradías, anticipando encontrar semejantes individuos también en la cofradía de Monipodio: El Capitán, jefe de la cofradía maleante napolitana, según Sayavedra, »era... nuestra lengua. Decíanos donde habíamos de acudir y como lo habíamos de hacer ...; éramos de él amparados en cualquier peligro ...; No hubiera quien se nos atreviera con este abrigo...; nos amparaba con la espada« ante el peligro físico y con el »soborno« de oficiales corruptos — »ángeles de la guarda« — cuando los »ahijados« quedaban presos por la justicia. Este Capitán no era como esas »palas..., tiranos y desalmados« que lo quieren »todo para sí y los abandonan [a sus ,ahijados']« cuando los »avizoran« en la »agonía«.33 De la ganacia del hurto sacaba sólo »su quinto, según le pertenecía . .sin defraudarme ..., pues ya era entre nosotros orden que a nuestra cabeza »se diese« parte de todo lo que se trabajare..., sus derechos, — 32 Guzmán: »¿Quién me hizo tan curioso...?« (346). Tendencia, pues, que ambos tienen y que contribuye a su decisión de irse por el mundo. 33 Ya A. G. de Amezúa y Mayo mencionó la cofradía de ladrones napolitanos y a su Capitán como posibles antecedentes de la de Monipodio, pero, inexplicablemente, atribuyéndolos al Guzmán de Alfarache de M. Luján [Martí] (Cervantes, creador de la novela corta española, 88). Esta información equivocada se reproduce en estudios posteriores (J. L. Varela, »Sobre el realismo cervantino en Rinconete«, 441). Observemos que en la novela de Alemán es este Capitán, quien se encarga de sobornar a la »justicia« para salvar a sus »cofrades« de la cárcel y del castigo: »Cuando esto me sucedió [a Sayavedra lo »pusieron tras la red«] luego hice dar aviso a mi capitán, que apenas alcanzó el bramo cuando en dos pie ya estaba conmigo, informándome bien de lo que había de hacer y decir. De allí se fue al 47 tan bien pagados y ciertos como los de su majestad en lo mayor de las Indias« (459). Este simil, inspirado en la historia, reaparece aplicado a los »avispones« de Monipodio, quienes, »de todo aquello que por su industria se hurtaba, llevaban el quinto como su Majestad en los tesoros« (846). El refrán que Sayavedra utiliza al justificar el »quinto« del Capitán: »Si me dan el capón, justo será que le dé una pechuga«, con la explicación de que no hay dinero mejor empleado que en »un ángel de guarda semejante« (459), asimismo reaparece en la novela cervantina, en otra versión, junto con la análoga justificación: »no es mucho que a quien te da la gallina entera tú des una pierna della«, dice Monipodio, al dar la »bolsa« al alguacil corrupto —; ¡»ángel de guarda«! — quien »más disimula en un día que nosotros le podemos ni solemos dar en ciento« (843).34 El »Capitán« suele llevar un »libro«, dónde asienta los préstamos y las deudas, »en el ha de haber y a la margen un ojo a descontar«, con que mantiene »buena cuenta ... en todo siempre« con sus cómplices (459), así como el puntual y »escrupuloso« Monipodio, según se verá. Cuando Guzmán llega a Roma, es Micer Morcón, »generalísimo nuestro . . ., príncipe de poltronía y archibribón del cristianismo« (345), quien, según se desprende de las »ordenanzas«, coordina todas las actividades y prácticas maleantes de la »cofradía mendicativa«; reparte el »trabajo« según la condición física y la capacidad de cada miembro; procura que »en los puestos y asientos guarden todos la antigüedad de posesión y no de personas y que el uno al otro no lo usurpe ni defraude«; que »ninguno descorne levas ni las divulgue ni brame al que no fuere del arte, profeso en ella«, es decir, que no revele ninguna treta de la profesión, que es monopolio de la cofradía, siendo los bienes tales comunes«; que todos sus »vasallos de bien y mal... partan la ganancia«; concede »mercedes«, »libertades«, »exenciones«, »piedades« y »plenos derechos« de la »cofradía« a »la persona« que haya »cursado legal y dignamente en el arte y cumplido... con el Estatuto«, después de »tres años« de »noviciado..., después de doce cumplidos en edad«; impone castigos: reprensiones, indignaciones, avisos, exclusiones, en caso de transgresión. Sobre todo, Morcón se encarga de que »se guarden« puntualmente todas las »ordenanzas« y de que nadie »pueda dejar ni deje nuestro servicio y obediencia..., so las penas dellas« (343—345). »Las naciones« todas tienen su »método« de perpetrar las fechorías — »la bribia y labia son diferentes« — y »por él son diferenciadas y conocidas«, se declara en las »Ordenanzas men-dicativas« (343), y con eco irónico en la observación de Rinconete respecto a la »cofradía« de Monipodio: »en cada tierra hay su uso... y [éste] será el más acertado de todo el [mundo]« (839). Sin embargo, probablemente todas aquellas organizaciones tenían en común cierto código de prácticas y responsabilidades »profesionales« en el ejercicio del crimen y en las mutuas relaciones, que todos los miembros debían observar puntualmente para la prosperidad y seguridad de la »cofradía«. Códigos, »ordenanzas«, »estatutos«, notario. Hablóle..., con estas buenas palabras y su mejor favor, me puso dentro de dos horas a la puerta de la cárcel« (461). En la novela cervantina esta función corresponde a Monipodio, quien es tan »calificado, hábil, y suficiente« en ella, que »en cuatro años que ha que tiene el cargo de ser nuestro mayor y padre no han padecido sino cuatro en el finibusterrae, y obra de treinta envesados y de sesenta y dos en gurapas« (839). El modo de intervenir el Capitán sugiere cómo fue probablemente también el de Monipodio. 34 Comentando este refrán de Monipodio, F. Rodríguez Marín advierte: »Hoy es más corriente decirlo así: ,A quien te da el capón, dale la pierna y el alón' (Rinconete y Cortadillo, 414). Nueva versión, derivada de las dos antiguas. 48 »leyes« — todos estos términos se utilizan tanto en Guzmán de Alfarache como en Rinconete y Cortadillo — que los »más famosos« miembros de las »cofradías ..cada uno en su tiempo«, solían »legislar«, a veces »por escrito« (345). Morcón »legisla« las »mendicativas«, según se ha visto. En la novela de Alemán se alude también al desaliño, a la pereza y, sobre todo, a la poli-fémica gula de Morcón: »comíase dos mondongos enteros de carnero con sus morcillas, pies y manos, una manzana de vaca, diez libras de pan, sin zarandajas de principio y postre, bebiendo con ellos dos azumbres de vino...; jamás le sobró comida que le diesen, ni moneda recibió que no la bebiese«. Es por este vicio que se retrata a Morcón oon la »cabeza descubierta, la barba repada, reluciendo el pellejo, como si lo lardaran con tocino«, como un viscoso molusco voraz, »nunca... abrochado ni cubierto de la cinta para arriba, ni puesto ceñidor ni mediacalza«, con que se sugiere un desembarazo categórico de todos los impedimentos materiales a la perpetua glotonería. »Comía echado«, porque, probablemente, con el estómago siempre tan henchido, ni podía sustentarse en pie. »Los diez meses del año no salía de tabernas y bodegones« (345). Impresionante retrato de animalidad humana, que Mateo Luján — aparentemente imaginando al personaje por alguna mención pasajera, sin detalles, de Alemán — preserva en cuanto a la »suciedad y mugre«, pero a la vez suaviza, al atribuirle a su Morcón una extensa erudición filosófica y una brillantez retórica, como »discípulo del grande Diógenes cínico«, con que se ostenta por el mundo, engañando a los ingenuos (620). Erudición y retorica que se reconocen como las del propio autor, que no resultan verosímiles en Morcón, sin explicación alguna sobre su adquisición. Ello no obstante, el lenguaje de este Morcón se sugiere como poderoso intrumento del engaño. Según constatarían Rinconete y Cortadillo, Monipodio desempeña las mismas funciones esenciales que también tiene Morcón: convoca todas las juntas, da »audiencias« (840); informa a los miembros sobre el estado de la »cofradía« y de sus prospectivas: »anda flaco el oficio, pero tras este tiempo vendrá otro y habrá que hacer más de lo que quisiéramos« (850); exige disculpa al que no asiste a la junta: »dará cuenta de su persona« (851); castiga a todo el que quebrante »la más mínima cosa de nuestra orden« (843); coordina las actividades maleantes de la »cofradía«, individuales: »la ejecución ... de la cuchillada ... quedó a cargo de Chiquiznaque« (849) y colectivas: »el ese-cu tor ... del espanto de veinte escudos ... es la communidad toda«, según »la inclinación y habilidad« de cada miembro (841, 850); a veces se encarga él mismo de alguna fechoría, que para él, maestro de maleantes, es una mera »niñería« (850). Asigna »puestos y asientos« a todos los miembros, según su »mérito« o »derecho« personal: »todos se vayan a sus puestos, y nadie se mude hasta el domingo... A Rinconete el Bueno y a Cortadillo se les da por distrito hasta el domingo desde la Torre del Oro, por de fuera de la ciudad, hasta el postigo del Alcázar...; es justicia mera mixta que nadie se entre en pertenencia de nadie« (850); manda encubrir los »secretos« de la »cofradía«, a la vez que entre los cofrades »no ha de haber nada encubierto« (841); hace repartir y reparte »la ganancia«: »Yo daré a cada uno lo que le tocaré bien y fielmente, como tengo de costumbre« (844); elogia con gran orgullo a los »buenos oficiales« en su oficio: »único en su arte..., es sacre« (851)35 y los 35 Sayavedra: »... me di tal maña en los estudios [picardías] ... que salí sacre« (456). Aparentemente, ser »sacre« entre los picaros equivalía a la mayor distinción profesional. 4 Acta 49 premia: »voacedes tomen esta miseria, y repartió entre todos hasta cuarenta reales« (851); concede »inmunidades« y »mercedes«, como al mandar que se »sobrelleve el año del noviciado« a Rinconete y Cortadillo, al concluir que tienen »ánimo... para sufrir, si fuese menester, media docena de ansias sin desplegar los labios y sin decir esta boca es mía« (842)36; echa su »bendición« a los novatos. Legisla las »ordenanzas« de su »cofradía«, lo que se pone de relieve con el anuncio a todos los »cofrades« de que »no faltasen el domingo« a la junta, »porque ... Monipodio había de leer una lección de posición acerca de las cosas concernientes a su arte« (851) — designación consuetudinaria de los »oficios« delincuentes, picarescos y su práctica puntual, astuta, ingeniosa, tanto en Guzmán de Alfarache como en Rinconete y Cortadillo. En suma, Monipodio hace todo lo que »convenía a la salud de todos«, quienes se lo agradecen: »le volvieron las gracias«, como »merced señaladísima« (851). Todos le tienen ... »obediencia y respeto« y hacen lo que »ordena y manda ... bien y fielmente, con toda diligencia y recato« (851); ni a moverse se atreven sin su permiso: »Los viejos pidieron licencia para irse; diósela luego Monipodio« (846).37 Cabe recordar también al »Pobre jurisperito«, quien reprende a Guzmán por querer »ser antes maestro que discípulo...: ¿No ves que haces mal en exceder la costumbre?«, por lo cual decide »doctrinar[le]« en lo que debe hacer, dándole muchos avisos profesionales (346—348). »Principios son«, dice Monipodio de las tretas que practican Rinconete y Cortadillo, »no hay principiante que no las sepa ..., pero andará el tiempo y vernos hemos; que asen- 36 Sayavedra cofiesa que sin el »abrigo« del Capitán, los »ánimos« [de sus cofrades] no bastaran solos« (458); por otra parte, hay picaros de »ánimo« excepcional, como por ejemplo, el »ladrón« que bajo »tormento... a todo cuanto le preguntaban contestaba: Pero García me llamo, y no le pudieron sacar otra cosa« (445, nota 1). 37 Ya D. Pérez Minik indicó la »sociedad de mendigos« romanos »rígidamente estructurada, con ordenanzas y leyes y con su Monipodio anticipado«, como ante-cendente de la que encuentran Rinconete y Cortadillo en Sevilla: »Esta sociedad, al margen de todas las otras establecidas, ocupa el interés y los cuatro primeros capítulos del libro tercero. Sus ordenanzas son cuarteleras y afectan a todos los movimientos de sus miembros, no sólo a los propiamente mendicantes... El cuadro de materia novelesca es similar al que Cervantes dispone en Sevilla...« (Novelistas españoles de los siglos XIX y XX, 45). Años después, también J. L. Varela se refirió a las semejanzas entre las dos cofradías y sus jefes, puntualizando algunos de sus aspectos. No todas las semejanzas señaladas en este estudio lo son en realidad, a lo son sólo remota, imprecisamente. Se señala por primera vez el encuentro de Guzmán con el mocito en el soto de Toledo y con el »mozuelo« en Roma, como antecedentes de episodios parecidos en Rinconete y Cortadillo, (448), y se hace la observación importante de que »hasta cabría pensar que Cervantes pretende poner en solfa ese entramado de bellaquería y moralismo, malicia y teología que constituye el Guzmán« (440). Lástima que esta declaración no se elabore, pues, desde nuestra perspectiva, resulta prometedora. Diccionario de Autoridades: »Morcón: en estilo familiar... persona gruesa, pequeña y desaliñada«. Es el sentido que adoptan todos los editores de Guzmán de Alfarache. Ahora bien, de haberle dado tal nombre los picaros españoles, no habría más que decir. Sin embargo, es más probable que así lo bautizasen los italianos, que de seguro constituían la gran mayoría de la »cofradía« mendicativa. Pensando en las varias palabras posibles en que éstos se habrían inspirado, los atributos de ese personaje se hacen más numerosos, específicos, relevantes: »Morchio, Morchione, Morchioso: Sporcizia, sudiciume, porchería, sostanza piu o meno grassa e di consistenza mucillaginosa; molto denso, corposo, sudicio, lurido, rancido, polpo di murga... crudel puzza, che lascia tracce di sporco, faccia morchiosa e laida di lumaca«, etc. (Grande Dizio-nario della Lingua Italiana, S. Battaglia, Torino, 1978, vol. X). 50 tando sobre ese fundamento media docena de liciones, yo espero en Dios que habéis de salir oficial famoso y aún quizás maestro« (842). En efecto, Guzmán mismo reconoce que »como estaba verde y la edad no madura ni razonada, faltábame la práctica, hallábame más atajado cada día en casos que se ofrecían y en muchos erraba«, pero »toda mi felicidad era que mis actos acreditaran mi profesión y verme consumado en ella« (345). Igual actitud manifiestan Rinconete y Cortadillo hacia su nueva »profesión« y su »maestro«, pero, claro está, fingidamente, para poder seguir divirtiéndose, observando a esa extraña sociedad: »Todo me parece de perlas — dijo Rinconete —, y querría ser de algún provecho a tan famosa cofradía...; Besáronle la mano los dos [a Monipodio] por la merced que se les hacía, y ofreciéronse a hacer su oficio bien y fielmente, con toda diligencia y recato« (851). Todos estos personajes de Alemán, el Protopobre, el Capitán, Morcón, el Pobre jurisperito, conjuntamente, sugirieron, pues, con toda probabilidad, muchas facetas de la personalidad y la actividad de Monipodio que se han indicado arriba, pero esta creación cervantina relega a aquéllos a la categoría de meros apuntes generales, sumarios, pues se describen, por boca de Guzmán y Sayavedra, de modo más bien factual, informativo principalmente de las funciones que tienen como jefes y adalides de sus respectivas »cofradías«, pero sin prominentes rasgos individualizadores que los conviertan en auténticos caracteres. Nunca aparecen en propia persona, en el acto de »legislar« las »ordenanzas«, de mandar, aconsejar, prohibir, castigar, etc. Ni una sola palabra dicen por su cuenta. El lector debe así recurrir a la imaginación para recrear de algún modo la probable personalidad de estos picaros, sólo sugerida por las »ordenanzas«, y las referencias indirectas de Guzmán y Sayavedra. Cervantes convierte esta descripción superficial y las »ordenanzas«, mero documento escrito, abstracto, en una dinámica, variada y pintoresca actuación física y verbal de los personajes, en una serie de situaciones y episodios genuinamente geniales.38 Volviendo a Rinconete y Cortadillo, cabe así destacar que por bien que recuerden las cofradías picarescas de Guzmán de Alfarache, éstas, en realidad, no pueden ni hacerles imaginar a la que encuentran en la casa de Monipodio. Una gran sorpresa comienza ya al entrar los dos mozos en la »casa« de la cofradía, »no muy buena, sino de muy mala 38 Las »ordenanzas mendicativas« en la novela de Alemán vienen encabezadas con título interno, lo cual quizás haya inspirado el título interno, »Casa de Monipodio, padre de ladrones de Sevilla«, en la primera edición de Rinconete y Cortadillo, omitido en la edición definitiva. Pese a este cambio, este título interno todavía se aduce como prueba de que hay dos partes distintas en la novela, de que una es mero »marco« de la otra, y hasta de que se trata de dos novelas casi independientes (G. A. de Amezúa y Mayo, Cervantes, creador de la novela corta española, 107; J. Casalduero, Sentido y forma de las novelas ejemplares, 99; entre otros). Excelentes estudios a favor de la unidad de la obra, con cuyas perspectivas coincide, en gran parte, la nuestra: J. P. Buxó, »Estructura y lección de Rinconete y Cortadillo, Lavori Ispanistici, Firenze, Istituto Ispanico, 1970, 67—96; M. E. Silber-man de Cywiter, El Rinconete y Cortadillo en la encrucijada de dos siglos, 59 y sigs. En nuestro juicio, la omisión eventual del título interno respondería, en parte, al propósito de evitar precisamente esa clase de malentendidos respecto a su función, que ya no consistía, como en Guzmán de Alfarache, en incorporar un texto escrito dentro de otro. Tal función se transfiere al »libro de memoria« de Monipodio, cuya lectura, sin embargo, no se deja, implícitamente, a la conveniencia de los personajes y del lector, sino que se convierte en objeto o causa de un extraordinario intercambio personal, verbal de los cofrades y sus clientes. Algunos otros cambios que se notan en la edición de 1613 respecto a la del manuscrito de Porras 3: 51 apariencia« (840). En Guzmán de Alfarache los picaros tienen »en la plaza junto a Santa Cruz, su casa propia, comprada y reparada con dinero ajeno«, en que se reúnen para »tratar« de todo lo que importe a su »oficio«, planear fechorías y celebrar con »fiestas« las ya perpetradas con éxito (343). No cabe duda de que Monipodio y sus cofrades adquirieron su »casa« por los mismos medios y para los mismos usos, pero su modo de »repararla« es, a todas luces, sin precedente: »de puro limpio y aljimifrado parecía que [el patio] vertía carmín de lo más fino«, ¡por el continuo tráfico de pies que lo lustraban!39; en él hay »un banco de tres pies«, un cántaro desbocado«, un »tiesto que en Sevilla llaman maceta de albahaca«, ¡por amor a las flores o por mera pretensión de tal amor, que caracteriza a toda »fina« sociedad! A sus lados »dos salas bajas«, en una de las cuales Rincón »vió . . . dos espadas de esgrima y dos broqueles de corcho, pendientes de cuatro claves, y un arca grande, sin tapa, ni cosa que la cubriese«, y »pegada a la pared frontera... una imá-gen de Nuestra Señora, de éstas de mala estampa« con una »almorfa blanca« para el »agua bendita« y una »esportilla de palma« que »servía de cepo para limosna«, a que los picaros vienen a pedir protección divina para sus fechorías y, cumplidas éstas con éxito, agradecer con limosnas, después de »tomar agua bendita, con grandísima devoción..., de rodillas« (840). De acuerdo con la opinión ya casi umversalmente aceptada de que la »cofradía« de Monipodio es en todo un »espejo« de los vicios y males de la sociedad »normal«, las flagrantes incongruencias de su »casa« se nos sugieren como un posible conjunto emblemático de la decrepitud política, militar, económica, cuya pudredumbre y bancarota40 se intenta disfrazar con distractores colores y perfumes y con patéticos, siniestros testimonios de glorias nacionales. ¡Devoción »religiosa« para hacer bien el mal! Cuando no es debida a la ignorancia, en el cual caso es tan sólo ridicula superstición, como en el caso de estos »cofrades«, tal religión es sacrilega hipocresía o perversa comprensión del cristianismo, como se evidencia en Guzmán (303), en Lugo de El rufián dichoso: »Hazes a Dios mil ofensas, /.../ ¿y con rezar un rosario, / sin más, ir al cielo piensas?« (337)41, y como debía evidenciarse para Cervantes cada vez más, en la sociedad entera, que, por una combinación de ignorancia, superstición, perversidad e hipocresía, quería hacer tratos con Dios para hacer bien el mal. La casa de Monipodio, con sus objetos mudos, el tiesto, las armas, el arca, se revelan, asimismo, como intentos de corrección y reajuste — parecidos a los notorios »arrepentimientos« de Velázquez — muy logrados. Otras alteraciones son difíciles de explicar, sin duda, pero en base a los examinados en el libro de E. T. Aylward, Cervantes, Pioneer and Plagiarist (London, Tomesis, 1982) nos parece de veras temeraria la conclusión de que Cervantes ¡plagió! un texto ajeno (33—45). Una de las pruebas más compelentes de la autoría de Cervantes es el carácter tan inequivocadamente cervantino de la obra, temática y estilísticamente. Aun en el caso hipotético de no saber el nombre del autor, el lector atento de las obras de Cervantes, de inmediato, lógicamente, pensaría, ante todo en éste. 39 ¿De qué otro modo se explicaría la inverosímil afición a la limpieza de esta clase de gente? 40 »El arca grande... sin tapa«, sugiere el desvalijamiento: interpretación muy tentadora, por los notorios pillajes del tesoro nacional por el duque de Lerma y otros corruptos poderosos políticos de esa época. Ver nuestro estudio sobre Pedro de Urdemalas en El teatro de Cervantes (de próxima publicación, Castalia). Claro está, la implicación satírica no la comunican, conscientemente, los »cofrades«, sino Cervantes, en un nivel particular, que engloba toda la obra. 41 Ver nuestro estudio sobre el pecado y la redención de Lugo (Rufián dichoso, en El teatro de Cervantes, nota anterior). 52 la imágen, etc., podría ser así una de las más incisivas e ingeniosas representaciones de la decadencia nacional que produjo la literatura satírica de esa época.42 »Llegóse en esto la razón y punto en que bajó el señor Monipodio«, a dar audiencia — a »legislar« —, »tan esperado como bien visto de toda aquella virtuosa compañía, sus »cofrades«, en quienes Cervantes destaca — redimiéndolos así del anonimato en que se mantienen los correspondientes personajes de Guzmán de Alfarache — con escasas pero vigorosas pinceladas, rasgos significativos, reveladores de su temple, estado de ánimo o especialidad delictiva: »dos mozos de hasta veinte años ..., vestidos de estudiantes ..., dos de la esportilla y un ciego; y sin hablar palabra ninguno, se comenzaron a pasear por el patio«, sin duda, concentrados por completo en los importantes negocios de que iban a informar a su jefe...; »dos viejos de bayeta, con anteojos, que los hacían graves y dignos de ser respetados, con sendos rosarios de sonadoras cuentas en las manos«, para anunciar su »religiosidad« por las calles; »una vieja halduda«, quien, como buena, puntual »beata«, se dispone »espiritualmente« para la audiencia: »sin decir nada se fue a la sala, y habiendo tomado agua bendita, con grandísima devoción se puso de rodillas ante la imagen [de la Virgen], y a cabo de una pieza, habiendo primero besado tres veces el suelo y levantado los brazos y los ojos al cielo otras tantas, se levantó y echó su limosna en la esportilla« — »buena obra« por pago de las »grandes cosas« (839) que la Virgen ha hecho y haría para ayudar en el crimen a la picara vieja —, »y se salió con los demás al patio« (840). Más tarde se encarga de poner »candelicas« a los santos »que a ella le pareciesen que eran ¡de los más aprovechados y agradecidos!« (844). Pipota protagoniza otros inolvidables momentos: »dame un traguillo, si tenéis, para consolar este estómago, que tan desmayado anda de continuo«, pide »a sus cama-radas«, pero »protestando« cuando le dan »demasiado« vino en el vaso: »tomándole con ambas manos, y habiéndole soplado un poco de espuma, dijo: Mucho me echaste, hija Escalanta; pero Dios dará fuerzas para todo. Luego, aplicándose a los labios, de un tirón, sin tomar aliento, lo trasegó del corcho al estómago, y acabó diciendo: ... Dios te consuele hija, que así me has consolado; sino que temo que me ha de hacer mal, porque no me he desayunado« (844). Pese al antecedente celestinesco que a veces hace evocar fuertemente: »Holgaos, hijos, ahora que tenéis tiempo; que vendrá la vejez, y lloraréis en ella los ratos que perdisteis en la mocedad, como yo los lloro« (844), el retrato de Pipota lográ imponerse con el sabor deleitable de sus detalles, a veces de muy fugaces ademanes, expresiones, gestos, en que Cervantes siempre es gran maestro: »y habiéndole soplado un poco de espuma...«.43 42 Quizás algún lector evoque el Salmo XVII de Quevedo, en que los objetos son tan significativos: »Miré los muros de la patria mía...«, pero sería erróneo interpretarlo, como a veces se hace, en sentido político, pues su tema es »el recuerdo de la muerte« que hay en todo. 43 Para apreciar la originalidad de la escenita cervantina quizás valga la pena contrastarla con una algo semejante en Guzmán de Alfarache: »Pedíamos en tra-guito de vino por amor de Dios, que teníamos gran dolor de estómago. Dondequiera nos decían si teníamos en que nos lo diesen. Llevábamos un jarrillo, como para beber... siempre nos lo henchían. Luego ... lo vaciabamos en una bota«, etc. (347). Se describe la trampa, pero el que la comete es por completo indistinguible de todos los demás que también la practican del mismo modo. Hasta las acciones aparentemente más insignificantes son para Cervantes preciosas oportunidades para revelar por medio de ellas algún aspecto relevante del individuo. Y con este 53 Buen ejemplo de la caracterización del personaje por el minuto detalle, el mero gesto o movimiento pequeño, — técnica narrativa tan saliente en Rinconete y Cortadillo —, son también los »dos bravos y bizarros mozos« que se unen a las »hasta catorce personas« ya en el patio: »de bigotes largos, sombrero de grande falda, cuellos a la valona..., ligas de gran balumba, espadas de más de marca, sendos pistoletes ...; los cuales, así como entraron, pusieron los ojos de través en Rincón y Cortado, a modo de que los extrañaban y no conocían. Y llegándose a ellos les preguntaron si eran de la cofradía«. Rincón »respondió que sí, y muy servidores de sus mercedes«, pretendiendo un genuino respeto y ocultando una gran aprehensión por la muy temible apariencia y mirada de los dos bravos, referidas en la descripción. La gran importancia jerárquica de estos dos »bravos« en la cofradía de Monipodio se dramatiza también por el hecho de que ellos son los únicos, de todos los »cofrades« reunidos, que no le »hicieron una profunda y larga reverencia« a Monipodio, sino que »a medio mogate..se quitaron los capelos, y luego volvieron a su paseo por una parte del patio« (840—1). »A medio mogate« es una expresión que se emplea muy frecuentemente para describir »la mímica de bravos y rufianes«.44 Aun más significativa, relevante, nos parece la posibilidad de una mímica de los privilegios de algunos »grandes«, que aun en presencia del rey mantenían los capelos puestos,43 si se tiene en cuenta la sugerencia de la »cofradía« de Monipodio como »espejo« o remedo sistemático de la sociedad »normal«, una de cuyas clases es la cortesana. De acuerdo con tal noción, la organización jerárquica de la cofradía de Monipodio revela una precisa correspondencia con la de la sociedad cortesana: el soberano, sus »grandes« y sus damas, altas dignidades religiosas, poderosos consejeros políticos y ministros, pajes, mensajeros, agentes secretos, guardas de palaoio ..., algunos de los cuales intervienen, de un modo u otro, en los casos pleiteados ante el monarca, mientras otros son mas bien observadores de los sucesos, sólo por su presunta presencia en tal ambiente.46 respecto son muy importantes también los nombres, como rasgos caracterizadores en sí, que sugieren a la imaginación del lector toda clase de atributos y tendencias personales, de especialidades »profesionales«, de triunfos y percances, de variadas y turbias historias: Maniferro, Gananciosa, Centopiés, Ganchuelo, Tordillo, Cernícalo, Lobillo, Silbato, Repolido, etc. En efecto, ya en base a estos nombres se podrían descubrir todas las personalidades y actividades de la »cofradía« de Monipodio. Ver F. Rodríguez Marín, Rinconete y Cortadillo, Sevilla, 1905, »discurso preliminar«, 196—7. J. Casalduero, por otra parte, los considera »nombres tipificado-res« (Sentido y Forma de las novelas ejemplares, 109). 44 Cervantes: Novelas ejemplares, ed. de J. B. Avalle Arce, I, 240, nota 101. 45 Segismundo: »y lo primero que hizo [Astolfo], se puso el sombrero«. Clarín: »Es grande« (La vida es sueño, jornada II, escena 4). 46 J. Casalduero: »Si cambiamos la decoración y el vestuario, nos encontramos en la antesala de un gran señor en hora de audiencia. Es evidente que en esta escena se quiere dar la sensación de algo imponente y sobrecogedor« (Sentido y forma de las novelas ejemplares, 101). A. Hermenegildo: »... se perfila el grupo de Monipodio con los rasgos característicos de la sociedad española del siglo XVI, tal como podía percibirla un autor con problemas personales de integración... Monipodio aparece como el auténtico soberano de una sociedad monárquica, fuertemente condicionada por preocupaciones religiosas« (»La marginación social de Rinconete y Cortadillo«, en La picaresca, Acta del 1er Congreso internacional sobre la picaresca, Madrid, 1979, 558). Excelente observación, pero, por desgracia, en función de una tesis nada convincente. J. L. Varela: »... la imagen dominante con que se concibe — por supuesto, humorísticamente... [el] patio de Monipodio es la del convento o comunidad religiosa. El gremio de Monipodio aparece aludido doce veces como Cofradía, Hermandad o Confraternidad; la voz Dios aparece diecinueve 54 Ya en su apariencia Monipodio »representaba el más rústico y disforme bárbaro del mundo«, dice el autor, pero en juicio de aquél su rostro »barbinegro y muy espeso« de seguro representaría autoridad, ¡»la barba tan vellida« !; el »bosque..., el vello que tenía en el pecho« y que se »descubría... por la abertura [de la] camisa«: hombría, poder; la »capa de bayeta casi hasta los pies«: majestad; la »espada ancha y corta«, ya que no de las toledanas »del perrillo cortadoras« (Quijote, 1329), por lo menos »a modo de las del perrillo, para imponer su »autoridad« y recordar a todos que »en [su] presencia no ha de haber demasías« (840—1), lo que constituiría una »lesa majestad«; no serían justificadas, pues »aquí estoy yo«, declara Monipodio, para »vengar« cualquier »agravio«, impartir »justicia«, hacer la paz entre los pleitantes: »por amor mío... todo se hará bien« (845—8). Está aquí también para defender a todos de cualquier peligro, claro está, según lo asegura ya con el tono de su voz: »le dió a todos gran sobresalto los golpes que dieron a la puerta. Mandóles Monipodio que se sosegasen, y entrando en la sala baja, llegó a la puerta, y con voz hueca y espantosa preguntó: ¿Quién llama?« (845). ¡Cuán próximos son algunos personajes esperpénticos de Valle Inclán a los de Cervantes, como éste! Monipodio explica las »ordenanzas« de la »cofradía« en términos »oficiales«, »eruditos«, »solemnes«: »tenemos costumbre veces ..., se cita e invoca a la Virgen, a San Miguel...; términos del mundo eclesiástico son noviciado, congregación, ministro, ordenanzas, contrayente, iglesia, confesión, excomunión... jubileo, rosario, etc., etc.« (»Sobre el realismo cervantino en Rinconete«, 442—3). No cabe duda, hay un gran número de »términos propios del mundo de la fe católica« que »confirma el propósito de emparentar artísticamente este sindicato de delincuentes con el mundo de la fe« (443), pero no sólo con el »del convento o comunidad religiosa«, sino con toda esa parte de la comunidad humana que suele rezar a Dios y a los santos y obra, a la misma vez, como devota del diablo. »... convivencia monstruosa entre devoción y delito, que quizás tuviese un subsuelo real y esporádico...«, especula Varela (443), sin considerar cuán diaria y universal es tal »convivencia«. Lo más acertado nos parece considerar la »cofradía« de Monipodio como una »sociedad... fuertemente condicionada por preocupaciones religiosas« (Hermenegildo, 558), externas, absurdas, falsas, que reflejan de manera muy fidedigna las de la sociedad »normal«; éstas, sin embargo, son mucho más graves que aquéllas, según se dirá. A la sugerencia del »convento« se opone toda la constitución u organización de la cofradía de Monipodio (específicamente, ¿a cuáles oficios monásticos coresponderían los de los picaros?) y los mismos »términos religiosos« que vistos en su tradición literaria (otra vez Guzmán de Alfarache, entre otros) y, sobre todo, en el contexto en que aparecen, perderían la connotación que les atribuye Varela. La »cofradía« puede funcionar con tanta eficacia también por »nuestros bienhechores«, como los llama Monipodio: »el procurador que nos defiende ...; el escribano, que si anda de buenas no hay delito ni culpa a quien se dé mucha pena...; el que, cuando uno de nosotros va huyendo por la calle y detrás le van dando voces: ¡Al ladrón, al ladrón! ¡Deténganle, deténganle!, se pone en medio y se opone al raudal de los que le siguen, diciendo: ¡Déjenle al cuitado, que harta malaventura lleva! ¡Allá se lo haya, castigúele su pecado!« (841). Asimismo funcionaba la »cofradía« de Sayavedra: »A éstos [los que perseguían al ladrón] llegaban [los »bienhechores«] y les decían: Deje vuesa merced a este bellaco ladrón...; es un pobreto y se comerá en la cárcel de piojos ¿Qué gana vuesa merced en hacerle mal?... Otras veces que íbamos huyendo con el hurto, si alguno venía corriendo tras de nosotros y dándonos alcance, salíale un compañero de través a detenerlo poniéndose delante« (459—60). Claro está, no faltan oficiales corruptos de toda clase, y entre ellos el alguacil, quienes protegen a los maleantes, por interés propio: »quieren comer de sus oficios ...; públicamente vende a la justicia, recateando el precio y, si no les das lo que piden, te responden que no te la quieren dar...; si fueras ladrón de marca mayor..., que pudieras comprar favor y justicia, pasarás como dellos ...« (448, 454, 475—8). 55 de hacer decir cada año ciertas misas para las almas de nuestros difuntos y bienhechores, sacando el estupendo [estipendio] para la limosna... de lo que se garbea; y estas misas ... aprovechan... por vía de naufragio [sufragio] ...; hace nuestra hermandad cada año ¡su adversario [aniversario] con la mayor popa [pompa] y soledad [solemnidad]« (841). Proclama sus decisiones con pomposa »sabiduría« y ampulosa retórica de »solemnes« pronunciamientos jurídicos: »Digo que sola esta razón me convence, me obliga, me persuade y me fuerza...« (842). Como el juez justo, premia al »bueno«: al devolver Cortado la bolsa robada (probablemente sólo para que no se interrumpiese la diversión con que le deleitan tanto los »cofrades« en sus relaciones), Monipodio queda tan impresionado por tan »heroica« abnegación que lo proclama Cortadillo el Bueno, »bien como si fuera don Alfonso Pérez de Guzmán el Bueno que arrojó el cuchillo por los muros de Tarifa para degollar a su único hijo« (843)47. Monipodio tampoco deja lugar a dudas de que sabe ser juez justo en castigar al »malo«: »No hay levas conmigo! .. . Comenzóse a encolerizar de manera que parecía que fuego vivo lanzaba por los ojos« (842—3), ¡como »Júpiter Tonante« (Quijote, 1276) reincarnado! El lenguaje de los »cofrades« es uno de los medios principales para caracterizarlos; con acierto genial, Cervantes les hace salpicar su habla no solo de vocablos germanescos, totalmente naturales para ellos, sino también de ocasionales deformaciones del »buen lenguaje« (851), probables o más bien inevitables en el intento de imitarlo sujetos tan ignorantes. Tales deformaciones lingüísticas son una clave precisa de todas las demás; por el contraste entre la deformación exterior de la palabra, por pura ignorancia: »naufragio« = »sufragio«, y la deformación concientemente maliciosa, perversa de su sentido íntimo, aun cuando la forma exterior es propia: »sufragio« = »sufragio«, Cervantes destaca — más allá de las posibles ambigüedades ínsitas en el lenguaje — la diferencia entre el error inocente y el engaño radicado en la falacia moral: ¡el lenguaje engaña porque el hombre quiere engañar!.48 Imitaciones aproximadas del habla, pues, de previsibles efectos cómicos, por completo inadvertidos por el que los produce, claro está, pues de una conciencia correctora lo priva también su ignorancia de la lengua escrita. Es así que las deformaciones de la lengua por Monipodio se constituyen en otra muy verosímil evidencia también de su analfabetismo, pese al »libro de memoria« 47 Más tarde, Monipodio se refiere a Rinconete el Bueno (850), lo que parece un posible comprensible error de Monipodio, pues fue Rinconete quien persuadió a Cortadillo que devolviesen la »bolsa« y quien la guardó antes de entregársela a Monipodio: »sacó la bolsa del sacristán, y dijo: cese toda cuestión, mis señores, que ésta es la bolsa...« (843). Es esta iniciativa tan saliente de Rinconete lo que Monipodio — y el lector — recuerda más vivamente, en particular después de tantos otros sucesos. Quizás sea precisamente este proceso psicológico lo que Cervantes quiere sugerir, en esta novela tan densamente psicológica. A. W. Hayes encuentra diferentes implicaciones (»Narrative ,errors' in Rinconete y Cortadillo, B. H. S., 1981, 13—20). De tratarse de un »descuido« no intencionado del mismo autor, se debería, también muy comprensiblemente, a las mismas razones. 48 No percibimos esta consideración particular, para nosotros fundamental, entre las muy importantes y sútiles que J. P. Buxó hace sobre el lenguaje de la novela (»Estructura y lección de Rinconete y Cortadillo«, 77 y sigs.). Hay varias voces germanescas en Rinconete y Cortadillo que también aparecen en Guzmán de Alfarache: »avizorar«, »ansia«, »sacre«, »entrevar«, »leva«, »guzpataro« ..., y otras que no: »rozno«, »murcio«, »piar el turco puro«, »guro«, »trena«, »palanquín« ... Para ellas, Cervantes debió de tener fuentes en la literatura como en la realidad cotidiana. 56 y a »la lista de los cofrades«, que siempre lleva consigo (849, 851), y pese también a su oferta de ser »secretario« de la Cariharta para ayudarle a »escribir ... coplas« al amante (846), y a su promesa de »leer« una lección de posición en la junta siguiente (851). Estos hechos no contradicen en absoluto la declaración del autor mismo de que Monipodio »dio« el libro de memorias »a Rinconete que leyese porque él no sabía leer« (849),49 sino que, todo lo contrario, ironizan muy graciosamente la pretensión de aquél de saber leer y escribir: »... Aunque no soy nada poeta, todavía, si el hombre se arremanga, se atreverá a hacer dos millares de coplas«, declara temerario, con concepto estrafalario — por literal, con toda probabilidad — de la creación poética como obra manual. »Y cuando no salieran como deben, yo tengo un barbero amigo, gran poeta...« (846). A tales amigos, de seguro, les encargaría Monipodio todas las tareas necesarias de escritura; en cuanto a la lectura, siempre se encontraría por allí algún mozalbete que supiese deletrear, y a quien se le encargaría tal tarea como a »secretario«, claro está, pues, ¿no deben tenerlo quizás todos los funcionarios tan importantes como Monipodio?50 Que el encargo de la lectura a Rinconete es por mero »decoro« oficial, y no por analfabetismo de Monipodio, procura ponerlo de relieve éste con sus repetidos comentarios, sugestivos de una total familiaridad con lo escrito, ¡por su propia previa lectura!: »pasad adelante... y mirad donde dice: Memorial de agravios comunes. Pasó adelante Rinconete, y en otra hoja halló escrito: Memorial de agravios comunes ...; y están dados a buena cuenta cuatro escudos, y el principal es ocho. Así es la verdad — dijo Rinconete —, que todo eso está aquí escrito...; Dadme el libro, mancebo, que yo sé que no hay más«, etc. (849—50). Teniendo presente el analfabetismo de Monipodio, resulta de singular comicidad la escena en que se pone en medio de todos los »cofrades« con »el libro de memorias« en las manos — nuevo Moisés con los mandamientos —, y, después, declarando solemnemente que todo lo que está allí apuntado »cumpliráse al pie de la letra, sin que falte una tilde« (850), imagen ¡tan lógica! en un sujeto »letrado« como él.51 La mediación de Monipodio en la riña entre la Cariharta y el Repolido hace evocar de inmediato al »rey justiciero« de la Comedia nueva.52 Sugesti- 49 R. El Saffar, Novel to Romance, 38. 50 A. W. Hayes (nota 47) hace algunas consideraciones interesantes sobre. Monipodio como manipulador astuto de la lengua para mantener su dominio de los »cofrades«. 31 Guzmán: »El señor licenciado sabe de leyes, pero no de letras; dita y no escribe, porque lo sacaron temprano de la escuela para los estudios...« (448) Hacerse pasar por letrado es lo que cuenta; no importa serlo de veras. Y Monipodio sigue la práctica corriente también en esto. 52 En las entradas de los varios personajes, las interrupciones y los cambios de escena, que crean una »división tan señalada« en esta parte de la obra, »hay sin duda una influencia de la técnica teatral«, dice J. Casalduero (Sentido y forma de las novelas ejemplares, 110), y D. Ynduráin Muñoz opina que »la particularidad de esta novela ejemplar no estriba tanto en la utilización de recursos teatrales como en que la concepción de la obra parece haber sido teatral o, concretando más, entremesil; aunque posteriormente a la concepción haya sido vertida en el molde de »novela« (Rinconete y Cortadillo. De entremés a novela, BRAE, 1966, 321). Misma idea en J. L. Varela: »Cervantes parece haber prosificado o novelado un preexistente entremés de rufianes« (»Sobre el realismo cervantino en Rinconete«, 445). No cabe duda, en esta novela hay una sugestiva estructura dramática, entremesil, con algunas técnicas y algunos personajes muy reminiscentes, en particular, del entremés El rufián viudo (Ver también nuestro estudio sobre esta obra en 57 vamente, la moza, »desgreñada y llorosa«, aparece en el patio pidiendo »la justicia de Dios y del rey« (845), y Monipodio sin vacilar se la promete: »sosiégate ..que aquí estoy yo, que te haré justicia. Cuéntanos tu agravio, que más estarás tu en contarle que yo en hacerte vengada«. Sabido el »agravio« [los »azotes« que le dio el Repolido], Monipodio, como todo buen rey, protector de la vida, de la honra y de la hacienda de sus súbditos, se indigna con el »cobarde envesado« que ha »osado poner ... las manos en el rostro..., en las carnes« de la Cariharta, »siendo persona que puede competir en limpieza y ganancia con la misma Gananciosa... que no lo puedo más encarecer« (846),53 prometiendo castigar al culpable, »si primero no hace una manifiesta penitencia del cometido delito«, si no le »pide perdón de rodillas« a la lastimada (847). Desahogada la furia, después de »tantos azotes, con la pretina, sin excusar ni recoger hierros«, que dió a la Cariharta, dejándola »por muerta«, por la sospecha de que ella »le sisaba algo de la cuenta que él allá en su imaginación había hecho«, el Repolido se manifiesta dispuesto a pedirle perdón, pues cuando pierda en el juego necesitará de nuevo su ayuda, que ella siempre le rindió en el pasado de lo que ganaba con tanto »trabajo y afán« (845).54 Y ella desea mucho que él le pida perdón, pues, pese a la terrible condición en que se encuentra por esos »azotes«, comprende, como toda »genuina hembra«, que »a lo que se quiere bien se castiga; y cuando estos bellacones nos dan y azotan y acocean, entonces nos adoran« (845).55 El teatro de Cervantes), pero no se debe perder de vista el hecho crucial de que todos esos elementos »dramáticos«, »teatrales«, »entremesiles«, se utilizan estrictamente en función de la novela y que, por lo tanto, son novelísticos, ¡en un nuevo tipo de novela!, como se mostrará más adelante. Del mismo modo, Cervantes utiliza elementos novelísticos en función del teatro, haciéndolos así dramáticos (ver nuestro estudio sobre El gallardo español en El teatro de Cervantes). No encontramos evidencia de que los »cofrades« empezacen a »representar un entremes« al aparecer Monipodio (J. L. Varela, »Sobre el realismo cervantino en Rinconete«, 444—5). Otra cosa es que estos »cofrades« se comporten a veces por imitación de los personajes teatrales y de los valores sociales »morales«, etc., exaltados por el teatro contemporáneo, según se verá. 53 Ver nuestro estudio sobre El rufián viudo, en El teatro de Cervantes (de próxima aparición, Castalia). 54 También en la novela de Alemán hay »mozas de la casa llana« (158), claro está, pero para la relación de la Cariharta con su »respecto« [rufián de prostitutas] (845) nos parece particularmente sugestivo el episodio de dos tales personajes, con el correspondiente comentario del autor, en Guzmán de Alfarache de M. Luján: »el uno, que debía de ser el respecto, mostró enfadarse... Hízose muy bravo, diciendo a la señora: ¿Pues no le tengo dicho a ella que no me tenga a nadie en su casa? Hízose turbada y temerosa, dando por excusa que...; el otro [picaro] se iba poniendo en hacer las paces con la señora, pero más se embravecía echando verbos, y levantó el brazo amagándole un bofetón... Desaventurada de estas mujeres que no conocen la vida que traen, deshonradas, corridas, afrentadas, sujetas a los hombres malvados, crueles, que las venden y empeñan, abofetean, acuchillan y acocean y afanan para que ellos juegen y se embriaguen y vistan, traídas de unas partes en otras ...« (La novela picaresca española, ed. A. Valbuena Prat, 661). 55 La aceptación del castigo que el marido inflige a la esposa no sólo como acto lícito en nombre del deber, honor, etc., sino también como evidencia de amor, fue y probablemente todavía es bastante extendida en el mundo: »Porque te quiero te aporreo«, es refrán vigente en el mundo hispánico, aunque referente también a otras relaciones de familia. Y algo de esta actitud se evidencia en los más distintos contextos sociales y literarios. En la última escena de El médico de su honra, Gutierre, quien acaba de matar a su primera esposa, le advierte a Leonor: »Más mira que va bañada [su mano] en sangre«, y ella le contesta serena: »No importa ..., cura con ella mi vida estando mala«, dejando tal decisión a él. 58 Así, los dos quieren hacer las paces, pero esto no es nada fácil, pues hay que salvar, sobre todo, la »dignidad«, la »honra« de todas las partes. La Cariharta se mantiene »ofendida«, »intransigente«, como lo requiere la »dignidad femenina«, y, a su vez, »desdeñosa« con ese »asombrador de palomas duendas«,56 con esa »sotomía de muerte«, que ahora hasta habla de casamiento. »¡Ea boba..., no se ensanche por verme hablar tan manso y venir tan rendido«, amenaza el Repolido, temeroso de haber ya comprometido su »honra«, mostrándose tan reconciliador: »Si esto ha de ir por vía de rendimiento que güela a menoscabo de la persona..., no me rendiré a un ejército formado de esguazaros« (847). Todo se agrava por creer el Repolido que Chiquiznaque y Maniferro hacen burla de él. La confrontación de »pundonorosas sensibilidades« que luego ocurre es de primorosa comicidad: »Cualquiera que se riere o se pensare reir..., digo que miente y mentirá todas las veces que se riere o lo pensare«. Chiquiznaque: »Bien seguros estamos que no se dijeron ni dirán semejantes monitorios por nosotros; que si se hubiera imaginado que se decían, en manos estaba el pandero que lo supieran bien tañer«. El Repolido: »También tenemos acá pandero...« (847). Reto por reto, envuelto en »gallardos« alardes de »valentía« y »honradez«, sutiles amenazas y punzantes alusiones, ¡obligado instrumento de todo pundonoroso digno de tal nombre!57 Monipodio amonesta, amenaza, aconseja: »que las riñas entre los que bien se quieren son causa de amor58..., caballeros [¡!], cesen aquí palabras mayores y desháganse entre los dientes«. Y al fin, cuando la Cariharta cierra con el Repolido y lo agarra »fuertemente de la capa«, pensando que »se iba a salir por la puerta afuera...: ¡Vuelve acá, valentón del mundo y de mis ojos!«, Monipodio la ayuda a detenerlo (847). Salvada la »honra« y »rogado« por tan buenos amigos, ¡qué remedio le queda al magnánimo »caballero« sino aceptar las paces!, aunque no sin una última reconvención: »Nunca los amigos han de dar enojo a los amigos ni hacer burla de los amigos, y más cuando ven que se enojan los amigos«. ¡Reconvención rimada, como en las comedias! También Chiquiznaque, Maniferro, Monipodio, como todos los »cofrades«, frecuentan las comedias, donde siempre suele haber gran »concurso de gente«;59 también ellos han oído rimar y pueden rimar, si a ello se los reta: »No hay aquí amigo — respondió Maniferro — que quiera enojar ni hacer burla de otro amigo; y pues todos somos amigos, dense las manos los amigos. A esto dijo Monipodio: Todos voacedes han hablado como buenos amigos, y como tales amigos dense las manos los amigos« (847)60. ¡Diálogo encadenado, con variaciones de rima, ritmo, tono y todo! Se sugiere aquí también una posible 56 Sayavedra es, literalmente, ladrón de »palomas duendas« (457). Sin embargo, quizás se supondría demasiada sutileza en la Cariharta, atribuyendo un intencionado doble sentido a su reproche. 57 En el teatro contemporáneo se sublima la afirmación resoluta de la dignidad o nobleza personal: »Testarudo es el villano; tan bien jura como yo«, dice D. Lope de Crespo, y éste explica: »jurar con aquel que jura, rezar con aquel que reza« (El alcalde de Zalamea, jornada I, última escena, jornada II, escena5), pero en la realidad, a menudo, se trataba tan sólo de una ridicula fanfarronería, sin asomo alguno de verdadera dignidad o nobleza. Es esta clase de posturas externas, fanfarronas, que los »cofrades« imitan. 58 Igual racionalización prevalece en las feroces riñas matrimoniales de El juez de los divorcios (ver nuestro estudio en El teatro de Cervantes). 59 Sayavedra: »Ibamos a las comedias ... procurándonos hallar a la contina en el mayor aprieto... en el concurso de gente« (457). 60 Claro que también los picaros de Alemán saben recitar versos, cuando la ocasión lo »requiere«: »Más enemigos que amigos/tienen su cuerpo cercado ...« (417). 59 intención paródica respecto a las »comedias al uso«, como también en otras partes, por ejemplo, en la celebración del desenlace »feliz« con un »chapín«, una »escoba de palma«, un »plato« roto, con que se produce »la música más presta y más sin pesadumbre ..., más barata« jamás inventada »en el mundo«. Maniferro hasta asegura que »ni el Negrofeo [Orfeo] ..., ni el Marión [Arión], ni el otro gran músico [Anfrión] ..., nunca inventaron mejor género de música..., tan sin trastes, clavijas ni cuerdas, y tan sin necesidad de templarse« (848). Considerada la desdeñosa actitud del »arte nuevo« hacia el clasicismo, su soberbia proclamación de novedad y superioridad artísticas, resulta justificado sospechar inferencias burlescas respecto a las innovaciones lopescas; Cervantes apetecía cualquier ocasión para hacerlo61. Traducidas en clave pertinente, todas las declaraciones admirativas del ignorante Maniferro sobre la superioridad de esos nuevos instrumentos »musicales«, hasta en comparación con los que produjeron la mítica y más divina música, revelan una consistente y sutil sátira cervantina del arte ¡»tan sin necesidad de templarse«! y de su ingeniosísimo inventor, »un galán de esta cuidad, que se pica de ser un Héctor en la música« (848). Los ignorantes »picaros« se harían así eco, como en todo, de una admiración de las innovaciones lopescas, ya divulgada en toda la sociedad. Sin embargo, la crítica cervantina transciende la preocupación con tales alardes vanidosos y con los aspectos sólo »externos«, técnicos del teatro contemporáneo. Su mirada aguda se concentra, sobre todo, en los superficiales y falsos valores que las »comedias al uso« a menudo celebran como si fuesen grandes virtudes y nobles ideales, dignos de emulación. »Los casos de la honra son mejores porque mueven con fuerza a toda gente«62; con frecuencia, »honra« que era más bien una ridicula preocupación pundonorosa con el »qué dirán« (lo ejemplifica de manera particularmente incisiva Monipodio al prohibir que »se lea... la casa ni adonde« de la »clavazón de cuernos«, pues »sería un gran cargo de conciencia« ... decirlo »en público«, ¡entre los mismos cofrades encargados de hacer ese »agravio«!, 850). »Honra« que a menudo era sólo una enfermiza sensibilidad por cualquier chisme, una absurda suspicacia hasta de la más ligera ambigüedad, y a menudo también una terrible crueldad o injusticia contra un inocente. »Honra« que era, en efecto, estridentemente contraria a la genuina virtud y a la moral, al sentido común y a la razón, y que, por esto, solía causar supérfluos, cómicos, cuando no trágicos conflictos humanos.63 Como en otras obras suyas, Cervantes satiriza esta especie de »honra« también en el »caso« de Repulido y Cariharta, que se revela, en efecto, en todos sus aspectos esenciales, también como una ingeniosa parodia de los típicos conflictos, dilemas y desenlaces de las »co-ledias de honor«. Con este respecto es particularmente significativo que la monstruosa crueldad y el cínico parasitismo, que son la causa inicial de la »riña«, se aceptan al fin como normales: »Riñen dos amantes, hácese la paz; 61 Ver nuestros estudios sobre La entretenida y La guarda cuidadosa en El teatro de Cervantes. 62 Lope, Arte nuevo de hacer comedias. 63 Nos deja muy perplejos este juicio de J. Casalduero: »Monipodio... tiene un rasgo de suprema elegancia moral: me refiero a la clavazón de cuernos...; habla el autor por boca de su personaje...; esto es evidente ...« (Sentido y forma de las Novelas ejemplares, 113). Preocupación con la »honra« en el acto mismo de la transgresión moral contra el prójimo — corriente fenómeno de la sensibilidad contemporánea que Monipodio remeda mecánicamente, y que Cervantes condena, de un modo u otro, a menudo, por inmoral, irracional, absurda (Ver nuestro libro El teatro de Cervantes). 60 si el enojo es grande, es el gusto más« (848), supeditados a ridiculas posturas y consideraciones pundonorosas, irrelevantes para expiar la ofensa.64 Muchas »comedias que ahora se usan«, eran, de hecho, un »espejo ... de las costumbres« (Quijote, 1253) contemporáneas, de las más deplorables, pero no para que de ellas saliese »el oyente... airado contra el vicio y enamorado de la virtud; que todos estos efectos ha de despertar la buena comedia en el ánimo del que la escuchare, por rústico y torpe que sea« (Ibid.), sino tan sólo para gratificar las más bajas apetencias por lo sensacional y ligero y los más torpes, enraizados prejuicios individuales y colectivos, en suma, para divertir de cualquier modo al vulgo.65 Ciertamente, sin ver comedia alguna, los cofrades de Monipodio se comportarían más o menos del mismo modo, pues imitan en todo la vida cotidiana de la sociedad »normal«, en que ocurren los mismos ridículos dramas pundonorosos, pero las »comedias« que los reflejan, exaltándolos como heroicidades, se condenan como una institución cultural que ha renegado de su noble misión educativa, reformadora, convirtiéndose en influencia negativa, asimismo como han renegado de ella la institución religiosa y la institución politico-social. Así, pues, Monipodio y sus cofrades se comportan de acuerdo con un concepto pundonoroso contrario al genuino honor, a la virtud, al sentido común y a la razón; con un sentido del »deber cívico« indiferente a su moralidad y a la íntegra conciencia individual: la obediencia ciega, mecánica, que se exige aun para las empresas más insensatas e injustas, en nombre de altos ideales colectivos, patrióticos y que los extraviados súbditos rinden, sin ningún escrúpulo, se representa en la »obediencia y respecto que todos tenían a Monipodio, siendo un hombre bárbaro, rústico y desalmado« (852)66; con una devoción »religiosa« que es un sacrilego intercambio comercial con 64 Ver nota 58. En el mismo fin »feliz«, con banquete, música, canciones, regocijos, basado en tan precarias, brutales relaciones personales, que sin duda continuarán precisamente por virtud de esa »reconciliación«, hay muy penosas, irónicas implicaciones, claro está. Estos picaros celebran lo que se debiera lamentar, pero, como en todo, ellos sólo hacen lo que la sociedad »normal« acostumbra hacer. En otras obras cervantinas en tales finales »feiices« se implican potenciales tragedias (ver nuestro estudio: »Demonios y mártires en La fuerza de la sangre«, Acta neophilológica, 1990, 7—26). Respecto al banquete, mencionemos por fin que los picaros suelen deleitarse en festines con comidas robadas, »despoblando gallineros«, etc. (Guzmán de Alfarache, 351, 457), y prostituyéndose (ver nota 54). De seguro que de las mismas fuentes proceden las de los »cofrades« de Monipodio. El »asturiano«, por ejemplo, dice que los esportilleros suelen »hacerles la salva« a las cosas que llevan »pero con toda sagacidad y advertimiento por que no se perdiese el crédito« (837). La comida y bebida para ese banquete específico de la »cofradía« vienen, evidentemente, de ía prostitución de la Gananciosa y su compañera: Chiquiznaque y Maniferro, »respetos« de aquéllas, »les preguntaron si traían algo con que mojar la canal maestra« — lo anticipan, claro está — »Pues, ¿había de faltar, diestro mío?... No tardará mucho a venir Silbatillo tu trainel« [criado de prostitutas y rufianes], »respondió la Gananciosa« (843). Con este tras-fondo, el »sabor« de las comidas y bebidas — que hacen recordar inevitablemente el »trabajo y afán« con que se han »ganado« (845) y las gratificaciones perversas, continuas, peculiares de los clientes, sugeridas por la variedad de las compensaciones — se hace muy amargo, repelente al lector atento. 65 Ver nuestro estudio sobre La entretenida en El teatro de Cervantes. 66 Cervantes encontraría muy interesantes las consideraciones sobre »la manera de gobernar a los pueblos« y sobre »la educación de los príncipes« del Padre Juan de Mariana: Historia general de España (1592—1601); De Rege et Regis Insti-tutione (1598). Que sepamos todavía no se ha emprendido un estudio de esta posible influencia moral e intelectual en Cervantes. 61 Dios: »darás — daré«, una perversa hipocresía o, cuando menos, una ridicula, supersticiosa, hueca práctica externa..., ¡por el hecho principal de que observan el mismo comportamiento en la sociedad »noirmal«!67 La »cofradía« de Monipodio puede así identificarse de modo muy preciso con esa sociedad, en todas sus manifestaciones esenciales. Hay, en realidad, tan sólo una diferencia, aunque radical: La »cofradía« de Monipodio hace el mal con la firme convicción de estar haciendo el bien, por causa de su abismal ignorancia,68 mientras que la sociedad »normal«, »educada«, culta, hace el mal con la clara comprensión de que está haciendo el mal, que, por esto, disfraza cínica, hipócritamente con la máscara del bien. La ignorancia, .la falta total de educación, debida de seguro principalmente a desventajas sociales y económicas, así exime, en gran parte, a los »cofrades« de Monipodio de la responsabilidad moral de sus fechorías, emprendidas sin maldad ni cinismo,69 mientras que la sociedad »normal«, supuestamente educada moral e intelectualmente, se condena no sólo por sus propios crímenes y maldades, sino también por el ejemplo que con ello ofrece a esa ignorante gente, quien después considera necesario y justo emularlo. Tal condena es consistente con la convicción eras-miana de Cervantes de que la sociedad dirigente tiene una responsabilidad directa para la educación del pueblo.70 La »cofradía« de Monipodio es un »espejo« en que se reflejan unas imágenes deformadas, grotescas, que a menudo nos hacen sonreír, que nos divierten, hasta que descubrimos que no se deben tanto a la peculiaridad deformadora del cristal como a las deformaciones ínsitas en los entes que en él se reflejan, y que casi no se mencionan específicamente en el texto.71 Sólo dejándose distraer demasiado por las graciosas monerías de los »cofrades« y olvidándose del »maestro« que las promueve, podría el lector concluir que Cervantes »transforma y ennoblece al ser moralmente repugnante«. ¿¡Con que posible racionalización moral o intelectual!? El lector se divierte a momentos, porque comprende que los »cofrades« »no saben qué hacen«, que no son, en realidad, responsables de sus actos, »¡Perdónalos, Señor!« La indignación y la condena se reserva para el »maestro«, consoiente de la maldad que enseña. Y por causa de la misma impropia lectura se habla a menudo de la »alegría« que producen esas escenas con los »cofrades«, sin diferenciarla de la lícita, que produce el arte, y que es cosa muy distinta. A diferencia de Alemán, quien hace que sus picaros a veces visiten cuidades por el mero deleite turístico del panorama urbano, histórico, artístico (436), Cervantes lleva a sus dos incipientes picaros, curiosos de conocer Sevilla, »donde tenían grande deseo de verse« (836), al corazón mismo de la ciudad o más bien, 67 En la literatura erasmiana, entre otros documentos literarios e históricos, se destacan las prácticas perversas e hipócritas de la sociedad que se consideraba »normal«, lo cual precisamente es motivo de indignación y alarma moral. 68 Guzmán parece intuir esta verdad o racionalización del delincuente: »Si se cometen los males, hácese por la sombra que muestran de bienes« (462). 69 Es posible que Monipodio y algunos de sus cofrades sean, al menos a momentos, más malos que ignorantes, como sospechan algunos lectores (Buxó- Hayes), pero con esto no se alteraría el hecho de que también su maldad sería atribuible, esencialmente, a la ignorancia del »bien«. Con esta sutil diferenciación entre los »cofrades«, Cervantes sugeriría la composición verosímil de todo grupo humano. 70 Ver Erasmo: Institutio Principis Christiani. " D. Fox habla de un »cracked mirror«, lo que implica ciertas semejanzas y también diferencias con nuestra imagen (»The Critical Attitude in Rinconete y Cortadillo«, Cervantes, Fall 1983, 140). 62 a su espíritu tan corrompido, que las bellezas externas no le dejan ver al observador casual; Cervantes los lleva a conocer a la ciudad en su más intima personalidad72. Sin embargo, no es la enfermedad moral de Sevilla, específicamente, la que Cervantes se propone revelar, sino la de todas las ciudades, la de todo el mundo, la de cualquier congregación humana, grande o pequeña, pues el fundamental elemento constituyente de todas ellas es siempre el ser humano, con sus tendencias al mal y al error, que sólo la recta educación moral puede rectificar y encauzar hacia el bien. La consideración de la responsabilidad individual es compatible con la crítica social señalada en Rin-conete y Cortadillo. Teniendo en cuenta este propósito universalista, resulta vana, en definitiva, la busqueda de específicas »cofradías«, históricas o literarias, como fuentes determinantes de la de Monipodio73. Todos los posibles antecedentes y modelos, incluso los señalados en este estudio, claro está, le sirven a Cervantes tan sólo como materiales y sugerencias convenientes, apropiados para construir su mundo de Monipodio, como metáfora coherente, convincente, llamativa e ingeniosa de ciertos aspectos deplorables de la condición humana, en particular, de la hipocresía.74 Del total »realismo« de este vicio en el mundo de Rinconete y Cortadillo no deja ninguna duda el arte cervantino, cuya primordial preocupación con la »verdad« siempre se manifiesta en su aguda percepción de la esencial naturaleza humana. Es por esta preocupación, de que son vehículo aun sus más exóticas invenciones o estilizaciones literarias, que, en definitiva, se comprende ed sentido del »realismo« y de »verosimilitud« en todas sus obras. Después de un íntimo e intenso examen de toda su pasada vida picaresca, Guzmán de Alfarache la repudia y, por fin, supuestamente alumbrado respecto al bien y al mal y confiado en su »buen natural' y 'entendimiento« (320, 451), dice que se reformó: »Rematé la cuenta con mi mala vida. La que después gasté todo el restante della verás en le tercera y última parte, si el cielo me la diere antes de la eterna que todos esperamos« (577). Al leer este pasaje, ¿pensarían Rinoonete y Cortadillo en la posibilidad de su propio desengaño, despues de experimentar la vida picaresca? De ocurrírseles tal pensamiento sería probablemente muy fugaz y pronto suprimido por la anticipación excitada de las aventuras y la »libertad«. Además, ¡»ver para creer«! Sólo al comprobar personalmente la deplorable naturaleza y razón de la vida picaresca, sólo al quedar »admirado« de »lo que había visto« en la casa de Monipodio, Rinconete, »muchacho de muy buen entendimiento« y »buen natural«, se propone »de aconsejar« a Cortadillo »no durasen mucho en aquella vida tan perdida y tan mala, tan inquieta y tan libre y disoluta«. Todas las creencias, costumbres y prácticas de la »cofradía« de Monipodio que Rinconete menciona y que considera como »mala vida«, radican evidentemente, como ya se ha dicho, en la ignorancia, según lo prueban también sus muy divertidas reac- 72 Tomás Rodaja también es turista, apreciador de las bellezas artísticas e históricas de Italia, pero todo esto se le hace ver para revelar sus tendencias intelectuales y espirituales (ver nuestro estudio: »El licenciado Vidriera: Tragedia del intelectual íntegro«, de próxima aparición, La Torre). 73 Ver A. G. de Amezúa y Mayo, Cervantes, creador de la novela corta española, 87—8. Sobre la vida en Sevilla en la época de Cervantes, ver F. Rodríguez Marín, »Discurso preliminar«, Rinconete y Cortadillo. Sobre »cofradías« maleantes europeas: A. A. Parker, Los picaros en la literatura, 44 y sigs. 74 También J. L. Varela se refiere a la »cofradía« de Monipodio como »metáfora«, aunque en un sentido más limitado, particular (»Sobre el realismo cervantino en Rinconete«, 449). 63 ciones: »dábale gran risa ...; le cayó en gracia ...; le admiraba ...; y reíase ...; le suspendía...« (851—2). Precisamente por tener Rinconete »buen natural« y »buen entendimiento« — como, idealmente, el lector —, no podría divertirle lo que reconociese radicado en una premeditada maldad. Por esta razón, al fin, pese a su intención de abandonar eventualmente a la »cofradía«, decide »pasar con ella adelante algunos meses«. Decide esto »llevado de sus pocos años y de su poca experiencia«, claro está, pues en ese momento todavía lo ve todo, en gran parte, como motivo de diversión: »Todo me parece de perlas ...; quisiera ser de algún provecho a tan famosa cofradía« (846). Durante estos meses, nos dice el autor, ».le sucedieron75 cosas que piden más luenga escritura, y así, se deja para otra ocasión contar su vida y milagros, como los de su maestro Monipodio, y otros sucesos de aquéllos de la infame academia, que todos serán de grande consideración y que podrían servir de ejemplo y aviso a los que los leyeren« (852). No nos parece una mera convención, »sin importancia«, este epílogo;76 su función más probable — por más típicamente cervantina — consistiría en provocar la especulación del lector sobre los sucesos posteriores a la narración »inconclusa«, sobre el posible y deseable impacto de todo ello en el personaje y en el lector. En esta »última parte« de sus experiencias Rinconete de seguro comprobaría muchas veces que la ignorancia moral y cultural es, de hecho, la razón principal del modo de ser y de actuar de la »cofradía« de Monipodio y, en definitiva, del mundo picaresco en general — pues también la maldad y la hipocresía son para Cervantes, en definitiva, productos directos de la ignorancia del »bien« —77, y que, por tanto, éste mundo no se caracteriza por ese exhilirante espíritu de verdadera libertad, excitante aventura y chispeante fantasía, que él y Cortadillo han querido ver en las experiencias de los picaros literarios. De seguro también percibiría que los robos y engaño, como los que él y Cortadillo efectuaron, sobre todo por deseo de aventura y juego, se perpetran en el mundo picaresco a menudo con muy malévolas motivaciones criminales. Estas conclusiones de Rinconete constituirían también un aspecto importante de la ejemplaridad de Rinconete y Cortadillo en cuanto advertencia a los lectores ingenuos respecto al engañoso atractivo de las aventuras de Guzmán de Alfarache y a la ambigüedad o nebulosidad moral de su representación novelística. Nos parece muy improbable que Cervantes, lector sabio, perspicaz, no considerase Guzmán de Alfarache como una extraordinaria obra literaria y que, como era característico de su finísimo sentido crítico, simultáneamente no encontrase en ella aspectos censurables o, cuando menos, mejorables. Así, por ejemplo, esas frecuentes, extensas reflexiones morales que resultan tan morosas, tediosas — Alemán mismo lo reconoce a veces: »larga digresión y enojosa« (305) —, y, así, en definitiva, contraproducentes tanto desde el punto de vista literario como también, muy irónicamente, desde el punto de vista moral. Especialmente para los jóvenes, quienes, por eso, se concentrarían preferentemente en la narración dinámica, variada, a menudo 75 ¿Y Cortadillo? ¿Otra sugerencia de un paralelo con Guzmán de Alfarache, en cuya última parte Guzmán actúa solo, sin Sayavedra? 76 K. L. Selig, »Cervantes y su arte de la novela«, Actas del 11° congreso internacional de hispanistas, 1967, 585. En cierto sentido es semejante al de Guzmán de Alfarache, al hacernos especular sobre el futuro, tan vagamente sugerido. 77 Excelentes observaciones sobre esta experiencia iluminativa de los dos mozos en M. E. Silberman de Cywiner, El Rinconete y Cortadillo en la encrucijada de dos siglos, 59. 64 entretenida de las andanzas y las aventuras en el aspecto más externo, saltándose todo lo que daba indicios de sermoneo. Sugestivamente, hubo ediciones de Guzmán de Alfarache purgadas de sus moralizaciones, lo que refuerza nuestra tesis. En definitiva, como se muestra también en el Quijote, la responsabilidad de una impropia lectura es del lector, pero a ella induce con mayor probabilidad un libro mal formado-, ineficaz en la comunicación de su meta-saje, su explícito propósito: »no es para que me imites a mí...« (391), como Guzmán de Alfarache debió de parecerle a Cervantes. Rinconete y Cortadillo habría así podido concebirse como novela principalmente para la diversión de los jóvenes que encontrarían en ella también un antídoto para la fiebre picaresca, ese antídoto que Alemán no supo proporcionar, si es que deseó proporcionarlo de veras. ¿Aprendería Rinconete también a distinguir los efectos de las causas, a relacionarlos natural, lógicamente? ¿Llegaría a comprender que ail irse él y Cortadillo de casa para ser picaros, ya salían del más auténtico mundo picaresco, de cuya maldad el otro era, en efecto, sólo un pálido reflejo? ¿Comprendería la profunda ironía de que al ir a imitar a los picaros, iban a imitar, de hecho, una 'imitación de las maldades de su propio mundo? El que durante su breve estancia con la cofradía de Monipodio, en la »parte« ya escrita, Rinconete y Cortadillo no han percibido todavía esa relación de causas y efectos del picarismo, confirma significativamente el heoho de que en su propia sociedad el encumbrimiento hipócrita de la maldad se realiza con tan sutiles apariencias de bondad e integridad, que casi nunca deja descubrirse. Esta sociedad tiende a juzgar y a juzgarse tan sólo por estas apariencias superficiales, engañosas. Sin embargo, al fin Rinconete también »exageraba cuán descuidada justicia había en aquella tan famosa ciudad de Sevilla, pues casi al descubierto vivía en ella gente tan perniciosa y tan contraria a la misma naturaleza« (852): con sus propios ojos pudo ver a corruptos oficiales de la justicia y a miembros de la sociedad »respetable«, los »benefactores«, beneficiando a la »cofradía« y, sobre todo, beneficiándose con la criminal ayuda de ésta (841, 843, 848—9).78 Se sugiere, esperanzadamente, el comienzo de una plena comprensión de la responsabilidad moral que tiene la sociedad »normal« por la existencia de la cofradía picaresca en el mundo. Como diría Guz- 78 A este respecto es fuertemente emblemático el »caballero« que encomienda a la »cofradía« las »cuchilladas« a un mercader, indignándose de que todavia no se haya cumplido su »instrucción«, cuya propiedad lingüística destaca para corregir al cofrade: »que no destrucción« (849). Ver nota 48. Parte de la sociedad »normal« son, de seguro, aquellos »ladrones grandes«, con quienes los »comunes« no pueden compararse (»Somos inferiores a ellos«), a cuyo modo de vida se refiere Guzmán: »los ladrones de bien [ ¡ ! ], ... los que arrastran gualdrapas de terciopelo, ... los que revisten sus paredes con brocados y cubren el suelo con oro y seda turquí... viven sustentados en su reputación, acreditados con su poder y favorecidos con su adulación, cuyas fuerzas rompen las horcas y para quien el esparto no nació ni galeras fueron fabricadas« (475). Hablando de los »ricachos poderosos« de Sevilla, pero siempre con la implicación de que »todo el mundo es uno«, Guzmán observa: »con voz de buen gobierno gobierna cada uno como mejor vaya el agua a su molino. Publican buenos deseos y ejercítanse en malas obras; hácense ovejitas de Dios y esquílmalos el diablo« (256, 257). Recordando también la observación: »vine a inferir por los efectos las causas, conociendo cuáles eran los habitadores, por la política con que son gobernados« (439), que es aplicable tanto a la buena como a la mala sociedad, se aprecia una sugestiva semejanza con la inferencia fundamental de Cervantes en Rinconete y Cortadillo. Este mismo pensamiento se formula en Cervantes, según se ha mostrado, por medio de una genial metáfora de esos »efectos«: la »cofradía« de Monipodio. 5 Acta 65 mán: »... cuántos hay que condenan otros a la horca, donde perecieran ellos muy mejor y con más causa (478), lo que también hace evocar la sabiduría bíblica, como muy pertinente advertencia conclusiva: »con el mismo juicio que juzgaréis habéis de ser juzgados ...« A 1c "k De las consideraciones arriba se deriva también una explicación de la »forma« de Rinconete y Cortadillo, siempre tan »desconcertante«79 para los lectores: »no es estrictamente una novela«, observa un crítico, »es más bien un cuadro de costumbres asistido del diálogo como elemento novelístico«80; para otro es una »novela... con la forma de marco«, pero »incipiente..., no completamente destacada..., se termina la novela de Monipodio [al despedirse los cofrades], pero no Rinconete y Cortadillo.. .«81. Casi todos los críticos consideran la obra sólo parcialmente novelística, por una razón u otra: »la novela picaresca se acaba, en realidad, cuando ha comenzado [el entremés]«82; »se trata de una novela tan sólo en las primeras páginas [hasta la casa de Monipodio], pues lo que se intenta es presentar, como en un cuadro, a aquella gente con la cual va a convivir un protagonista (Rincón con su doble Cortado) apicarado«83; »se trata del mundo de Monipodio y del hampa de Sevilla, y se deja dividir en dos partes ..., y cada parte se puede dividir en escenas o cuadros más pequeños..., realistas, siempre acentuando lo pintoresco ..., viñetas ...; tiene un epílogo ... que no tiene importancia para la estética de la novela«84; »parece, en buena parte de su acción, haber sido concebida para la escena, en ser su estructura, más que novelesca, dramática, teatral«85. Varios críticos analizan el texto, parcial o entero, como si fuese teatral, particularmente entremesil86. Todas estas opiniones — representativas de la crítica en general sobre Rinconete y Cortadillo — radican en una evidente perplejidad frente al complejo problema de la unidad y del género literario de la obra: ¿Novela picaresca o serie de divertidas viñetas pintorescas? ¿Novela dentro de novela? ¿Novela o cuento dialogado? ¿Novela o teatro, entremés? ¿Novela parcialmente dramátizada o drama parcialmente novelizado? ¿Obra para el lector o para el público? ¿Todas estas cosas, combinadas de un modo excepoional en una obra de género, en realidad, indefinible? Cada tésis propuesta se sustenta en algunos buenos argumentos, pero, a la postre, ninguna de ellas nos resulta suficientemente persuasiva. Aunque sin explicar de modo satisfactorio la relación de todas las »partes« en la obra, algunos críticos consideran a Rinconete y Cortadillo como su elemento uni-ficador fundamental, según lo sugeriría ya el título que le dió Cervantes87. Sólo desde esta perspectiva, también en nuestro juicio, es explicable la estruc- 79 F. López Estrada, »Apuntes para una interpretación de Rinconete y Cortadillo«, 61. 80 A. G. de Amezúa y Mayo, Cervantes, creador de la novela corta española, 106—7. 81 J. Casalduero, Sentido y forma de las Novelas ejemplares, 99, 110. 82 J. L. Varela, »Sobre el realismo cervantino en Rinconete«, 444—5. 83 J. Rodríguez-Luis, Novedad y ejemplo de las novelas de Cervantes, 192. 84 K. L. Selig, »Cervantes y su arte de la novela«, 585. 85 D. Ynduráin, »Rinconete y Cortadillo. De entremés a novela«, 32. 86 Ver nota 52. 87 J. P. Buxó, »Estructura y lección de Rinconete y Cortadillo«-, M. E. Silber-man de Cywiner, El Rinconete y Cortadillo en la encrucijada de dos siglos. 66 tura, admirablemente lógica e ingeniosa, de Rinconete y Cortadillo, pero es crucial comprender que los dos mozos no son sólo »observadores« pasivos, »pacientes«, durante su visita a la »cofradía« de Monipodio88, pues, de representar sólo tal parte, su función unificadora sería débilísima, desdeñable, cuestionable. Rinconete y Cortadillo están vitalmente interesados en todo lo que ven y oyen en la »cofradía«, porque para ellos constituye el desengaño que destruye, paso a paso, sistemáticamente, la juvenil ilusión libresca que los ha hecho salir de casa, con incontenible espíritu aventurero, en busqueda de excitantes experiencias picarescas, de diversión y juegos ingeniosos y astutos, cuyos límites podía imponer sólo la propia fantasía; ilusión que en las primeras aventuras parece justificarse por completo en la realidad. Cada trampa o truco que empreden, y en que triunfan espléndidamente, es más ingeniosa y atrevida que la anterior. En Sevilla respiran, excitados, el aire libre de la »florida picardía«, con que soñaban durante la lectura de Guzmán de Alfarache. Por un rato les parece que todo lo que están experimetando representa una realización gratificadora y completa de todos los mayores deleites picarescos exaltados en ese libro. Un primer desencanto con estas ilusiones librescas ocurre camino a la casa de Monipodio: »¿Y con sólo eso que hacen dicen esos señores [los cofrades]... que su vida es santa y buena? ... Cosa nueva es para mi que haya ladrones en el mundo para servir a Dios y a la buena gente« (839). »Todo es malo«, dice Rinconete, meditando sobre las costumbres de la »cofradía«, lo que prueba no sólo que sabe distinguir entre el bien y el mal, sino también que su modo de leer Guzmán de Alfarache nunca le hizo percibir la maldad en las aventuras picarescas narradas ... Evidentemente, la fantasía excitada le entumecía el sentido moral y el juicio racional. En la casa de Monipodio, Rinconete y Cortadillo »miraban ... atentamente« (840) todo y a todos. Cervantes procura destacar que son siempre testigos de todo lo que allí ocurre o se dice: »como se habían quedado en el patio... pudieron oir toda la plática que pasó Monipodio con el caballero« (848). A veces, este propósito del autor es quizás hasta demasiado llamativo: »Serían los del almuerzo hasta catorce, y ninguno de ellos dejó de sacar su cuchillo de cachas amarillas, si no fue Rinconete, que sacó su media espada« (844)89. El desentono con la ilusión libresca se intensifica con cada nueva observación, hasta llegar los dos mozos a la plena comprensión de que lo que antes consideraban como mundo abierto al libre juego del ingenio y de la fantasía es, en efecto, una grotesca cárcel del espíritu y de la mente, en que la ignorancia y la maldad hacen caer al ingenuo, al imprudente o indiscreto con el cebo de una fácil, completa libertad. Rinconete y Cortadillo van descubriendo al verdadero mundo picaresco — la »cofradía« de Monipodio es su reflejo más gráfico y esencial, según ya se ha sugerido —, con gran curiosidad: »Rinconete, que de suyo era curioso ..., preguntó a Mo- 88 Tal opinión se sigue manteniendo con cierta frecuencia: »... al entrar en el patio de Monipodio ... cambia todo. Rinconete y Cortadillo son espectadores ...« (J. M. Fernández Gutiérrez, Novelas ejemplares: Rinconete y Cortadillo, ed. Tár-raco, Tarragona, 1984, »Introducción«, 46). Claro está, Rinconete y Cortadillo son también »espectadores«, »observadores« — función crucial para el sentido de la obra — pero, a la vez, son personajes centrales, dos »romeros«, cuya Mecca es precisamente la cofradía picaresca, aunque, al emprender su »romería«, la imaginan muy diferente de la de Monipodio. 89 A la vez, Cervantes recuerda que al principio de la novela dijo que uno de los mozos (Rinconete) traía »media espada« (834, 836). 5* 67 nipodio...« (846); con fingida comprensión y admiración por ese modo de vida: »Todo me parece de perlas«, y hasta con pretendido deseo de »ser de algún provecho a tan famosa cofradía« (846), de la cual, de hecho, ellos ya serían cabalmente dignos: »para todo tenemos ánimo, porque no somos tan ignorantes ...« (842). Hasta en la usual pervertida lógica de los »cofrades« pretenden coincidir los dos mozos: »No, por mis grandes pecados«, contesta Cortadillo, cuando Monipodio le pregunta si sabe alguna treta más de las que aquél acaba de enumerarle (842). Todo para llegar a comprender bien a ese mundo. Con incredulidad, asombro, íntima diversión, burla e indignación, envueltos en irresistibles sarcasmos e ironías, reaccionan Rinconete y Cortadillo a todas las cosas absurdas que hacen, dicen y piensan Monipodio y sus cofrades: »Por oierto ... que es obra digna del altísimo y profundísimo ingenio ... que vuesa merced, señor Monipodio tiene ...; eso creo yo, muy bien [que nunca »se inventó mejor género de música« que el de la cofradía]; Besáronle [los dos mozos] la mano [a Monipodio] por la merced que se les hacía«, etc. (841, 848, 850). ¡No podía esperarse menos de su »buen natural« y de su »muy buen entendimiento«! (851), que se identifica con una conciencia moral e intelectual que es también la del propio autor, según se comprueba por sus declaraciones explícitas al final y por varias esporádicas intervenciones irónicas en el texto: »Monipodio la recibió... la cadena [pago de un crimen] con mucho contento y cortesía, porque era en extremo bien criado« (849) etc. Y con esta conciencia moral, intelectual, irónica, escéptica, burlona, de evidente función satírica y correctiva, se identifica inevitablemente también la del lector, cuando en él se presuponga el mismo »buen natural« y »muy buen entendimiento« que poseen el personaje y el autor. Las explícitas perspectivas críticas de estos influyen mucho, claro está, pero, aun abstrayéndolas, el lector de dichas condiciones morales y mentales reaccionaría del mismo modo irónico, divertido e indignado a la vez, frente a lo absurdo de las creencias y la conducta de la »cofradía« de Monipodio. Se trata de una conciencia sólo implícita, claro está, de un lector moral y discreto, por lo cual el autor puede prever por completo sus pertinentes reacciones irónicas. Con estas consideraciones estamos describiendo, en efecto, también algunos rasgos fundamentales de la notoria técnica satírica de los Coloquios erasmianos90. Con toda intención, pues nos inclinamos mucho a creer que precisamente en esa técnica se inspiró Cervantes para formular su visión satírica de los falsos, pervertidos valores cívicos, religiosos, políticos, económicos ..., que practicaba tan inmoral e irracionalmente gran parte de su sociedad, y en particular aquella clase cuya conducta debiera ser ejemplar para las demás. Ya los blancos escogidos para la sátira le sugerían a Cervantes una técnica ideal que con aquélla se asociaba del modo más natural. De 90 La posible huella erasmiana en Rinconete y Cortadillo se ha considerado ya en varios estudios; últimamente en E. M. Silberman de Cywiner, El Rinconete y Cortadillo en la encrucijada de dos siglos, 65—72; pero todavía no con el detenimiento que sería necesario para descubrir las muchas sutilezas satíricas. Claro está, tampoco cumplen con tal proyecto, tan digno de emprenderse, nuestras consideraciones, con que aquí nos preocupa, sobre todo, destacar la típica perspectiva irónica de los Coloquios erasmianos y, en general, de la literatura satírico-moral de inspiración erasmiana. Rinconete y Cortadillo se situaría así también en esa ilustre tradición humanista de Vives y los hermanos Valdés. R. Predmore se refiere a varios aspectos de la ironía cervantina, que son típicamente erasmianos, aunque no menciona jamás a Erasmo (»Rinconete y Cortadillo: Realismo, Carácter picaresco, alegría«, Insula, Enero 1968, 17—18). 68 todos modos, es inequívoca la forma de coloquio — y no sólo de diálogo, pues el número de interlocutores varia de continuo en las conversaciones — que tiene Rinconete y Cortadillo91. La mayor parte del texto se diferencia de los Coloquios erasmianos sólo por el detalle de que en éstos las declaraciones, preguntas, comentarios, contestaciones, etc., siempre directas, van precedidos de los nombres de los que las hacen: »Arnoldus: Salve multum, Corneli, iam toto seculo desiderate. Cornelius: Salve et tu, sodalis exoptatissime. Arnoldus: Iam desperabamus reditum tuum ... Ubi tam diu peregrina tus es?«; mientras que en aquél se distingue a los interlocutores con las fórmulas usuales de »preguntó«, »dijo« Fulano, »respondió«, »replicó«, »dijo« [para contestar, comentar, preguntar] Zutano: »¿Hay más hijo? — dijo Monipodio. Sí, otra — respondió Rinconete...« (850). La forma del Coloquio se aprecia en otra gran parte de Rinconete y Cortadillo, aunque sólo por referencia indirecta de los personajes: »Dijéronme que iban en seguimiento de un ganadero..., por ver si le podían dar un tiento ...« (843); »... después que te hubo castigado y bramado ¿no te hizo alguna caricia? ¿Corno una?... cien mil me hizo y diera un dedo de la mano porque me fuera con él a su posada...« (845); »Vengo a decir a vuesas mercedes cómo agora topé en Gradas a Lobillo..., y díceme que viene mejorado en su arte... y que...« (851); y, con mucha más frecuencia, como es natural, por mediación del autor: »cuando dijo al arriero que les había oído decir [nótese: diálogo dentro de diálogo] que los naipes que traían eran falsos, se pelaba las barbas y... decía que era grandísima afrenta...« (836); »Un muchacho asturiano, que fue a quien le hicieron la pregunta, respondió que el oficio era descansado y de que no se pagaba alcabala ...« (837); »y a una voz los confirmaron todos los presentes, que toda la plática habían estado escuchando, y pidieron a Monipodio que desde luego les concediese y permitiese gozar de las inmunidades de su cofradía...« (842). Las referencias de los interlocutores a otros coloquios, en que participaron o entreoyeron en el pasado — coloquios dentro de coloquios, a veces reproducidos — constituyen otro recurso característico de los Coloquios erasmianos, con la función fundamental, consonante con la de la obra entera, de actualizar, dramatizar, hacer cuanto más candente el problema discutido. Y éste es uno de los principales efectos que también Cervantes persigue y consigue espléndidamente con el acto del habla, de la conversación, en sus varias formas, que se constituye, de hecho, en el alma de Rinconete y Cortadillo. De habérselo propuesto, Cervantes habría podido escribir esta obra por completo de acuerdo con el modelo del coloquio erasmiano, según lo demuestra, particular, no únicamente, su Coloquio de los perros92. Se podría contestar que no lo hizo, porque quiso escribir una novela, pero cabría también preguntarse por qué incorporó en esta novela una parte tan preponderante de elementos tradicionalmente no característicos y por cierto no esenciales en ella. A todas luces, al disponerse a escribir su sátira sobre todas esas lacras sociales, Cervantes decidió adoptar la forma del coloquio erasmiano, de demonstrada eficacia, desde su aparición, entre los lectores discretos de cual- 91 P. Pérez Minik intuye finamente: »En los cuadros del antro de Monipodio aparece la gravedad del diálogo de los humanistas..., fluyente, animado y estremecido por un extraño devenir como una gota de mercurio« (Novelistas españoles de los siglos XIX y XX, 44). 92 Ver nuestro estudio sobre El casamiento engañoso y Coloquio de los perros (de próxima aparición en B. B. Ai. P.). 69 quier cultura; pero, nunca satisfecho por completo con lo recibido, por excelente que esto fuese, consideró oportuno complementar las ya grandes ventajas del instrumento erasmiano con algunas del arte novelístico por excelencia; sobre todo, hacer funcionar la técnica novelística en todos aquellos casos en que la del coloquio se revela menos eficaz o apropiada. Así, además de servir para la introducción, aparición, salida y, en general, para los movimientos y gestos físicos de los personajes (»salió en esto un arriero..836; volvió Rincón, y halló en el mismo puesto a Cortado ..., 837; y sin más detenerse, saltaron delante de las muías ...,« 836), con que usualmente se indica la transición de un episodio a otro, de un cambio de escena y de personajes y una nueva oportunidad para la conversación; la técnica novelística se aprovecha para describir y explicar las apariencias, los vestidos, la condición física de los personajes: »dos mozas, afeitados los rostros, llenos de color los labios ...;« »Maniferro ... porque traía una mano de hierro ...« (843); para revelar motivaciones, emociones, sentimientos, pensamientos íntimos, etc. que el personaje no puede, no quiere o no tiene ocasión de expresar verbalmente: »No les pareció mal... la relación del asturianillo, ni les descontentó el oficio, por parecerles que venía como de molde ...« (837); »¡Y cómo que ha cometido sacrilegio! — dijo a esto al adolorido estudiante« (838); »pusieron los ojos de través en Rincón y Cortado, a modo de que los extrañaban y no conocían« (840); »todo lo cual fue poner más fuego a la cólera de Monipodio y dar ocasión a que toda la junta se alborotase« (843); para indicar los ambientes de la acción: »En la venta del Molinillo... (834); entró en una casa no muy buena ...« (840); para describir situaciones y circunstancias: »era tiempo de cargazón de la flota ...« (836); y tretas, cuya ingeniosidad puede ser apreciada sólo por la descripción de fugaces gestos y ademanes exteriores, en suma, de prestidigitación: »Cortado le alcanzó en la de Gradas ..., estábale mirando Cortado a la cara..., el sacristán le miraba de la misma manera..., sutilmente le sacó el pañuelo de la faltriquera...« (838); para la descripción de fiestas, banquetes, músicas, comidas, objetos materiales (840, 844, 847); y, de modo importante, para las ocasionales observaciones humorísticas o irónicas del autor: »los naipes, limpios de polvo y paja, más no de grasa y malicia« (836); »De común consentimiento aprobaron todos la hidalguía de los dos modernos« (843); y para su comentario final: »Era Rinconete, aunque muchacho, de muy buen entendimiento ...«, con que sanciona la decisión del personaje de renunciar a ese modo de vida93. Con este respecto, observemos que esto se sugiere sólo como realizable en un futuro indefinido, con lo cual se produce la sensación de un final »abierto«, así como lo es el de todo proyecto humano, sujeto a las vicisitudes del tiempo, de las experiencias y circunstancias de la vida cotidiana. Se expresa con ello, simultáneamente, el deseo y la incertidumbre que acompañan todo ideal cultivado por una mente prudente, discreta, sabia, particularmente cuando de reformas morales se trata. Finales »abiertos« de tal implicación se observan asimismo en los Coloquios erasmi-anos, como únicos justificados, verosímiles remates de las »aberturas« abismales entre la creencia y conducta ideales, deseables y las practicadas corrientemente en la realidad, cuya gravedad empiezan a poner de relieve los personajes desde su primer encuentro, que, de hecho, constituye un característico modo de comenzarse los Coloquios. Estamos aludiendo a los rasgos 93 La percepción de lo »no novelístico« se demuestra de manera reveladora en todos esos estudios que buscan lo teatral en Rinconete y Cortadillo (ver nota 52). 70 paralelos en Rinconete y Cortadillo, claro está, radicados principalmente en una fundamental afinidad de pensamiento de sus autores. Observemos también que en las interlocuciones mismas dominan a veces los recursos narrativos para recrear los sucesos y las experiencias individuales, convirtiéndolos en vividos relatos, anécdotas, auténticos cuentos, como, por ejemplo, las »autobiografías« de Rinconete y Cortadillo, los amores desastrados de la Cariharta, etc. Recursos novelísticos que también Erasmo, significativamente utilizó con frecuencia y con gran virtuosidad en sus Coloquios. Todas estas intervenciones novelísticas, que se han indicado sólo de un modo muy general, sin intento de analizar sus muchas finísimas modalidades (perspectivas, estados de conciencia, tonos etc.) — dignos de un detallado estudio —, reverberan de múltiples modos en los diálogos y coloquios de Rinconete y Cortadillo, produciéndose una extraordinaria, mutua fecundación.94 En Rinconete y Cortadillo Cervantes noveliza el coloquio erasmiano con aguda, »moderna« conciencia de la naturaleza permeable de la novela.95 ®4 Como lo señala A. G. de Amezúa y Mayo, explicando que, también por ello, Rinconete y Cortadillo es un »cuadro de costumbres« más bien que »estrictamente una novela« (Cervantes, creador de la novela corta española, 104—6). Desde nuestra perspectiva, se trata de un nuevo, originalísimo tipo de novela, en que unos satíricos »cuadros de costumbres« se hacen absolutamente consubstanciales de todos los demás elementos. ®s Algunos lectores han percibido los Coloquios de Erasmo como dramas o novelas incipientes que, como tales, contribuyeron de modo importante al desarollo de estos géneros. Ver G. Saintsbury, The Earlier Renaissance, Edinburgh, 1923, 81—84; y nuestro libro, El pensamiento humanístico y satírico de Torres Nabarro, Santander, 1977, 1978, 2 volúmenes, en que mostramos el impacto de esa influencia erasmiana. 71